Las fiestas de Valladolid: cebo político del alcalde
La ausencia de un proyecto de ciudad no se percibe en ocasiones tanto por las carencias que así se propician como por la ocupación de esos espacios vacíos por manifestaciones cuyo progreso no encuentran resistencia. A mi juicio, la más significativa de ellas se encuentra en el modelo peñista, que aunque cuantitativamente tiene una expansión reducida, constituye sin embargo una expresión inequívoca de la fractura del consenso comunitario sobre los elementos que articulan la convivencia de la ciudad. A ellos responde un concepto desacreditado por su banalización en los planes de estudio de nuestros años escolares, pero de urgente recuperación, cual es el de la urbanidad, integrado por los signos distintivos de una forma de convivencia que supone un estado avanzado en la evolución de las sociedades.
Las notas que caracterizan el fenómeno peñista se encuentra también en las modalidades de diversión cada vez más extendidas entre los jóvenes en los alrededores de los fines de semana, destacando entre aquéllos algunos que solo adquieren sentido por su objeto simbólico destructor de convenciones asentadas en todas las ciudades: la estampa de las calles de Valladolid convertidas en urinarios públicos , por ejemplo, es algo más que una anécdota merecedora de contemplarse con el espíritu condescendiente con el que normalmente se aceptan los comportamientos de nuestros jóvenes a riesgo de soportar en otro caso el estigma de la intolerancia, sin que nadie se represente las consecuencias que esas mismas conductas arrastrarían si se viera en calles tan pocas sospechosas como las de Londres, por poner un ejemplo ilustre.
Esas anomalías derivan de la actitud popular. Cuando no coleguista, del poder frente a esos rentables sectores del electorado, que llevan al disparate de entender que se tiene responsabilidades públicas en el aseguramiento del ocio de la juventud, y además no de un ocio cualquiera, sino de emociones intensas que se extienden hasta el alba. Y cuando el electorado barrunta que el político es en alguna medida su rehén, incrementa la intensidad de su demanda y el relajamiento de Las contenciones que le limitan y, también por gráfico ejemplo, reclama con todo énfasis que el Ayuntamiento le ponga vaquillas, después que le dio ya verbenas, de modo que nadie pueda en este momento asegurar que los novillos no correrán entre talanqueras por la calles Platerías hasta mochar contra el portalón de la Vera Cruz, que es el punto intermedio entre Guadamacileros y Rúa Oscura.
El poder municipal ha acabado finalmente advirtiendo cómo se desbordan los efectos de algunas de esas anomalías y entonces ha decidido aplicar el remedio represivo, del mismo modo que funcionan los malos tratamientos médicos: dejando que la enfermedad progrese hasta que su resolución sólo admite medidas traumáticas. Así sólo no se gana nada, sino que se refuerzan las resistencias, comprometiéndose los resultados.
Carlos Gallego Brizuela
El alcalde de Valladolid, León de la Riva, se distingue por funcionar con dos principios tomados de la época clásica: el cinismo y el “Panem et circenses”.
En este sistema actual, el bipartidista, la persona inocente y poco reflexiva imaginará que el PP es la solución o por lo menos un parche a la situación actual. Pero si reflexionamos un poco en ello, nos daremos cuenta de la ausencia de un programa cristiano serio basado en la doctrina. Este es el caso de las Nuevas generaciones del PP en cuyo programa se afirma defender los derechos del humanismo cristiano de tradición occidental. El lector desprevenido le halagará que en estos tiempos haya un partido que esgrima en su ideario un “humanismo cristiano de tradición occidental” cuyo significado coherentemente resulta fallido: el hombre ante todo debe adorar a Dios, único ser perfecto, y no a seres imperfectos en general como somos nosotros los hombres después el concepto “occidental” está mal utilizado: el cristianismo no es ni occidental, ni oriental. Es universal, el mensaje de Cristo y de su Iglesia va para todos.
Si nos planteamos la actual democracia con su constitución descubrimos varios fallos del PP. Si en verdad es cristiano el PP como permite la ley del aborto, el sistema capitalista, el sistema educativo, el divorcio, la pornografía, las uniones de personas del mismo sexo, los anticonceptivos, la corrupción de los jóvenes y la persistencia en el
error.
Esto a nivel nacional.¿Pero a nivel municipal? León de la Riva asiste a las eucaristías y procesiones, pero no responde mas que a una religiosidad falsa y al fariseísmo más puro. Controla muy bien el cinismo, pues mientras que da la sensación de persona seria permite los botellones con todo lo que conlleva: suciedad, inseguridad, ruidos, falta de educación, vomitonas etc. Durante las fiestas: más de lo mismo. Que se quiere cambiar las fechas de las fiestas, pues se hace. Que hay que permitir a la juventud un desfile de peñas que dé una imagen denigrante para tener votos, se hace. Que hay que patrocinar la Party dance para dar una imagen de modernidad a Valladolid (si se le llama a eso progreso prefiero una devolución), se hace. Que hay que permitir que el pregón sea dado por un ateo, se permite. Don Javier es muy coherente.
Actualmente el termino tomista del “bien común” (curioso que en las viñetas del Roto en “El País” lo tomen por un concepto comunista) es olvidado por todos menos por los tradicionalistas. Desde aquí se reivindica a frenar los excesos, a negar el consumo de alcohol a los menores de 18 años y a implantar una acción contundente contra estos actos. Dentro de 20 años tendremos que ver a una gran cantidad de ciudadanos con problemas de alcoholismo y con problemas de riñón además de un aumento de familias desestructuradas. Hay que hacer algo.