Figura destacada del Carlismo durante el siglo XX, formaba
parte de aquellos «carlistas
vergonzantes» que denominó Gambra[1]. El
conde se amoldaba perfectamente al arquetipo: «Eran estos carlistas de
herencia familiar y, a menudo, de convicción intelectual profunda. Les faltaba,
sin embargo, fe en las posibilidades reales del Carlismo –y, en consecuencia,
esperanza–, por lo que carecían también del entusiasmo necesario para
sacrificar a la Causa su carrera profesional o política. Muchos de éstos habían
reconocido ya en 1936 –aunque fuera con reservas interiores- a la Casa
Reinante; otros (o los mismos) colaboraron como carlistas con el Régimen de
Franco, y todos asistieron a la perspectiva dinástica del franquismo».[2]
La primera anécdota es de Jesús Pabón[3],
miembro de la Real Academia de Historia y, por tanto, colega del conde: «En
una sesión de Cortes de la Segunda República –lo registré en 1935- se hizo
famosa por unas breves palabras de Rodezno. Un diputado de la Ezquerra Catalana
se refirió a él, llamándole con léxico democrático, el buen ciudadano ex Conde
de Rodezno». Y Rodezno, espontáneo y magnífico, le interrumpió: «¿Ex Conde?
Bueno. ¿Ciudadano? ¡Jamás!»
El 18 de mayo de 1937, en
Salamanca, se celebró un homenaje a Menéndez Pelayo, organizado por Acción
Española. En los postres del banquete, los discursos. Hablaron Sainz Rodríguez,
Eugenio Montes, Pemán y nuestro personaje. Pero había alguien nuevo,
camisa azul desaliñada, palidez espectral de trovador errante, ojos febriles de
ensueño. Era el poeta Dionisio Ridruejo. A
pesar de su oratoria, el Conde de Rodezno no se entusiasmó, comentando[4]:
«Parece como si después de haber hablado los señores, le hubiera tocado el turno
al camarero.»
En
1937, Franco creaba el Consejo Nacional de Falange Española Tradicionalista.
El Conde de Rodezno, político de la Comunión,
fue invitado a formar parte. En el decreto de convocatoria, el Conde aparecía con el Don pero sin título nobiliario, manteniendo la legalidad
republicana. Cuenta Vegas Latapie[5] como era «ésta una de las pocas cosas que lograba
descomponer la indiferente impasibilidad del conde de Rodezno, quien solía
levantar el brazo en las ocasiones obligadas muy comedidamente, por estimar que
el saludo resultaba mucho menos cansado con el codo pegado al cuerpo. Nunca
había dudado, además, en devolver las citaciones hechas en Pamplona al «camarada Tomás Domínguez Arévalo», después de poner él mismo en el sobre: «Desconocido como camarada en esta
plaza». Como
decía él mismo: «Yo no he
dormido en la misma cámara de ellos»
[1] GAMBRA, Rafael: Melchor
Ferrer y la “Historia del Tradicionalismo Español». Sevilla: Editorial
Católica Española, 1979.
[2] Pág. 4 en Idém.
[3] PABON, Jesús: Semblanza
del Conde de Rodezno. Príncipe de Viana, año 1954, nº
15, Nº 54-55, págs. 187-191
[4] Pp. 252-253 en VEGAS
LATAPIE, Eugenio: Los caminos del desengaño. Memorias políticas. Madrid:
Tebas, 1987.
[5] Pág. 414 en VEGAS LATAPIE,
Eugenio: Los caminos del desengaño. Memorias políticas. Madrid: Tebas,
1987.