sábado, 10 de enero de 2015

Ginés Martínez Rubio, el diputado ferroviario

Uno de los discursos de la madrileña Cena de Cristo Rey 2014 se dedicaba al carácter social del Carlismo. Entre los carlistas más destacados en este aspecto aparecía Ginés Martínez Rubio. Nuestra historiografía reciente se ocupa poco de las luchas sindicales. Sin embargo, cualquiera que revisara los periódicos carlistas de épocas anteriores encontraría muchas alusiones a la cuestión social. ¿Quién se acuerda hoy en día del dominico Gafo, vencedor del socialismo en Asturias? ¿O de Luis Chaves, paladín del cooperativismo en Zamora y en España?

Y es que el panorama carlista es tan rico en personajes que es imposible abarcarlos todos. Hace pocos días recordábamos la muerte de José María Arrizabalaga (q.e.g.e.), magnífico ejemplo para la juventud. Pero hay muchos más muertos por la organización terrorista ETA, como Alberto Toca Echevarría, asesinado a los 54 años con siete hijos y muy vinculado a la Asociación Navarra de Familiares y Amigos de Subnormales (buen ejemplo de la subsidiariedad, equivalente a ASPRONA en Valladolid y otros lugares).

Pero volvamos a Martínez Rubio. Leandro Álvarez Rey le ha dedicado un capítulo en su enciclopédica obra, compuesta por tres tomos, Los Diputados por Andalucía en la Segunda República. 1931–1939.

Nacido en 1896 en Uceda (actualmente en la provincia de Guadalajara) de familia humilde, empezó a trabajar en oficios manuales y a los 17 años aparece contratado en la compañía ferroviaria MZA. Durante su estancia en Madrid asistió al ICAI, instituto perteneciente a la Compañía de Jesús dedicado a la formación profesional. (A pesar de este carácter, o quizá por él, no debía gustar a los anticlericales y ardió en los tumultos de 1931).

Sus primeras lides tuvieron lugar en la CNT; algo comprensible si se tienen en cuenta los pactos (a menudo alcanzados en las logias masónicas) entre empresarios y ciertos sindicatos, que reservaban el empleo para los afiliados a éstos, mientras que a los no afiliados sólo les quedaban el paro (sin prestaciones ni subsidios) y la miseria.

Ginés Martínez Rubio se trasladó a Sevilla, donde destacaría por su labor periodística con el pseudónimo «Geme». Algo bastante usual en la época, en la cual muchos políticos habían pasado por el periodismo. En marzo de 1933 creó la Agrupación Gremial Tradicionalista, que llegaría a tener una fuerte implantación entre los obreros. Uno de sus objetivos era la integración del obrero en la empresa mediante la participación en los beneficios.


En 1933 fue integrado en la llamada «coalición de derechas» (téngase en cuenta que las candidaturas entonces eran abiertas y las coaliciones, con frecuencia, locales y accidentales) para resaltar el carácter interclasista de la candidatura. Obtuvo un escaño en el Congreso de los Diputados y participó en las comisiones de Trabajo y Paro Obrero, discutiendo las tarifas ferroviarias y los problemas derivados de la situación económica. Visitó la Italia fascista, que no le gustó. Ginés Martínez, como tradicionalista, consideraba que la organización social, gremial y laboral tenía que partir de abajo arriba, respetando la subsidiariedad, y no de arriba abajo, como un estatismo más. Entre los escritos que aún se pueden consultar, encontramos una conferencia impartida en 1934.

Ginés Martínez, señalado por un aspa. Archivo Serrano
Alternó el escaño con la presidencia de la Agrupación Gremial Tradicionalista, la vicepresidencia del comité político de la Comunión Tradicionalista y la directiva del Círculo Tradicionalista de Sevilla. En las elecciones generales de 1936 obtuvo de nuevo un escaño. Las vicisitudes del intento totalitario de la Unificación y la supresión por el francofalangismo de las organizaciones sociales y sindicales carlistas lo apartaron bastante tiempo de la actividad pública, a la que volvería brevemente a fines de la década de 1950.

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Excurso. La historiografía huguista (de los seguidores y cómplices del expríncipe Carlos Hugo, a quien Dios haya perdonado) distorsionó los reinados de Jaime III (1909-1931) y Alfonso Carlos (1931-1936), de forma muy semejante a como lo habían hecho los octavistas. (No en vano los huguistas, al igual que los octavistas, comenzaron su deriva con el colaboracionismo franquista; y también, al igual que aquéllos, nunca tuvieron claras la Unidad Católica de España ni sus consecuencias). Las líneas generales consistieron en ensalzar a Don Jaime y, en contraste, denostar a Don Alfonso Carlos. Así Don Jaime habría rechazado las corrientes integrista y alfonsina (de Alfonso el mal llamado XIII), mientras que Alfonso Carlos habría dejado retornar y ocupar el control de la Comunión a los integristas y criptoalfonsinos.

Nada más falso. El mismo Rey Don Jaime facilitó el retorno de los integristas a la disciplina carlista desde por lo menos 1927, con la aquiescencia de su Jefe Delegado el Marqués de Villores. Y, desgraciadamente, algunos elementos cercanos al alfonsinismo, como Gómez de Pujadas, fueron destacados asesores de Don Jaime. Esta tendencia se hizo manifiesta durante la muerte y funerales de Jaime III, como explica Tomás Echeverría en su trilogía sobre el falso Pacto de Territet (Por qué no se solucionó el pleito dinástico, Los «historiadores» y García Escudero, Maura, Rodezno, Fal Conde y el supuesto Pacto). Por otra parte, el reinado de Alfonso Carlos fue muy singular. Un anciano que en apenas cinco años, relanzó la Comunión Tradicionalista y, junto con su Jefe Delegado don Manuel Fal Conde, la convirtió en una organización formidable y en una formidable máquina de guerra. Que rechazó todo pacto con la dinastía usurpadora, hasta concluir en el Decreto instituyendo la Regencia en su sobrino Don Javier de Borbón. Fue un período complejo y rico en actividad, que culminó en la Cruzada de Liberación 1936-1939.