La Universidad, foco de cultura, es una institución propia de la Cristiandad. Nacieron durante el Medievo, bajo la protección de la Monarquía y la Iglesia. La presencia de las llaves de San Pedro en el escudo universitario de Valladolid evidencian la relación.
La fachada, único resto de las antiguas Escuelas Mayores. |
Carlos V, en continuidad de sus antecesores, fue un ferviente defensor de la Universidad. Así, el monarca de la Guerra de los Siete Años abrió las universidades de Oñate y Portellá. Luego, largo es el número de catedráticos y profesores universitarios militantes en el carlismo. Recordemos
al palentino Barrio y Mier, a Bartolomé Feliú, a Elías de Tejada o,
entre los contemporáneos, Miguel Ayuso y José Miguel Gambra, por citar
sólo a algunos de los más conocidos.
Especial
defensa de la Universidad representaron Enrique Gil Robles y León
Corral. El primero luchó por recobrar los privilegios fiscales y rentas
de la Universidad de Salamanca, y mantener los pocos que quedaban, que
habían permitido vivir a tal centro sin dependencia del Estado, libre de
toda imposición, tal como vivió siempre la Universidad como cuerpo
intermedio y fiel al principio de la subsidiariedad. Es decir, la
autarquía o autogestión. Así, cuando Unamuno se congració con los
ministros de Madrid mediante la supresión de todos los privilegios
(residuos de la era de libertad que fue el Antiguo Régimen) tras ser
nombrado rector, Gil Robles, llenó de rabia, decidió negar toda
representación universitaria en su funeral.
León Corral, más desconocido, fue suegro de Francisco de Cossío y gran amigo del literato leonés Antonio Valbuena. Catedrático de medicina, su página en la historia universitaria fue mucho más amarga, en cuanto vio como el antiguo edificio universitario de Valladolid, la hoy Facultad de Derecho, quedó reducido a escombros excepto la fachada barroca. En 1909, el Ministerio decidió que la Universidad de Valladolid tenía una sede anticuada y no adecuada a los estándares europeos. Ni cortos ni perezosos decidieron que lo mejor era el derribo. Se opuso todo el claustro universitario pues no había razones para ello, salvo para una pequeña reforma. Pero lo que no había derribado la piqueta revolucionaria, lo haría el gabinete del régimen saguntino, muestra del respeto a la subsidiariedad por el liberalismo. Así, aquel edificio de época medieval y barroca, con su capilla, biblioteca y aulas, desapareció. León Corral escribió un opúsculo contra la demolición pero de nada sirvió.
Hoy, miramos con envidia Salamanca. Pero Valladolid no estaba lejos e incluso superaba a la universidad del Tormes en belleza.
Otro
ejemplo. Un boletín carlista de octubre de 1952 decía:
«La Universidad de Madrid fue instalada por la Monarquía de Doña Isabel
(II), bisabuela de Don Juan de Borbón y Battemberg, en un edificio
robado a sus legítimos propietarios, el antiguo Noviciado de los
Jesuitas, sito en la calle de San Bernardo, en el lugar conocido
precisamente por Noviciado.
El magno edificio de la Compañía de Jesús, con su hermosa iglesia, fue dedicado a Universidad de Madrid, llamada durante muchos años Universidad Central; el Cardenal Cisneros fundó y dotó magníficamente a sus expensas la Universidad de Alcalá de Henares y la Monarquía liberal disolvió esta Universidad, vendió sus edificios por cantidades irrisorias e instaló la Universidad de Madrid en un edificio robado a sus legítimos dueños.
El Claustro y los estudiantes complutenses se resistían a acatar las órdenes del Gobierno y a Álcala se fue el Jefe político de Madrid, señor Olózaga, con sus esbirros, destituyó y encarceló a los catedráticos carlistas, que eran la mayoría, expulsó a frailes y religiosos de los Colegios Mayores y la gloriosa Universidad murió a manos del Poncio liberal de turno.
Quien ha visto las viejas ciudades universitarias europeas de Oxford, Cambridge y Heidelberg, llora de ira al contemplar destruida, como si por ella hubiesen pasado los bárbaros, la vieja ciudad universitaria de Alcalá de Henares; sus ilustres Colegios, medio en ruinas, fueron dedicados a cuarteles, prisión, cocheras, garajes y otros más bajos menesteres; uno de ellos, adquirido y restaurado por el Ayuntamiento de Madrid, es el Colegio Málaga, que hoy presenta al visitante como un vivo recuerdo de lo que fueron aquellos ilustres Colegios Complutenses, al menos en su aspecto material.
Las páginas más vergonzosas de nuestra historia han sido escritas por la Monarquía liberal, lo que justifica nuestra constante oposición a ella y el desprecio que sentimos hacia aquellos que suspiran por su restauración».
Posdata:
El autor no entiende cómo nuestros antepasados y los mecenas, con menos fondos, construían edificios que duraban siglos. Su arquitectura era magnífica y muy bella. La técnica, arcaica, dejaba mucho que desear y se hacían maravillas.
Hoy, del mecenas Cardenal Mendoza hemos pasado al Banco Santander. Y de espléndidos edificios como el Palacio Santa Cruz al Campus Miguel Delibes. Comparen. Con más dinero y técnica, levantamos obras que apenas duran décadas con un estilo pésimo. Nuestros antepasados hacían cosas que durarían siglos. Tradición. Nosotros, utilitarios, no buscamos la belleza sino la utilidad. Revolución. Así nos va.