jueves, 25 de junio de 2009
La provincia de Britania
Famoso en esa conquista de la Britania en el 55 A.c. es la descripción de Julio Cesar con el seco positivismo de su pluma de acero. En apariencia estaban los pueblos de Britania gobernados por esa terrible institución que es el clero pagano. Piedras hoy sin forma, aunque ordenadas de forma simbólica, dan fe del orden y el trabajo de quienes la levantaron. Su culto era probablemente a la naturaleza; y aunque semejante base pudiera explicar en parte la cualidad elemental que siempre se ha impregnado las artes de la isla, la colisión entre dicho culto y el Imperio tolerante surgiere la presencia de algo que suele surgir del culto a la Naturaleza. Cesar no pretendía proporcionar más que la visión fugaz de un viajero; pero cuando, bastante tiempo después, los romano regresaron y convirtieron Britania en una provincia romana, siguieron demostrando una peculiar indiferencia hacia las cuestiones que has inquietado a tantos eruditos. Lo que les preocupaba era dar y obtener de Britania lo mismo, que había dado y obtenido de la Galia. Sabemos que en muy poco tiempo fueron romanos. Ser romano no significa estar sometido, en el sentido en que una tribu salvaje puede esclavizar a otra, o en el sentido en que los cínicos de épocas recientes esperaban con horrible esperanza la consunción de de los irlandeses. Tanto conquistadores como conquistados eran paganos, y unos y otros poseían las instituciones que nos parecen proporcionarle inhumanidad al paganismo; el triunfo, el tráfico de esclavos, la ausencia total del sentido del nacionalismo de la historia moderna. Pero el imperio Romano no destruía naciones; en todo aso las creaba. Originalmente los britanos no se enorgullecían de ser britanos, pero si se enorgullecían de ser romanos. El acero romano era, al menos, tanto un imán como una espada. Para Roma la misma pequeñez de su origen cívico era una garantía de la grandeza del experimento cívico. Roma por sí sola no podía someter al mundo más de lo que podía hacer Rutlandia (el menos de los condados ingleses). Lo que quiero decir es que no se podía someter a las otras razas del mismo modo en que los espartanos sometían a los ilotas o los americanos a los negros. Una maquinaria tan enorme tenia que ser humana, tenía que proporcionar un asidero al que cualquiera pudiera agarrarse. El imperio romano se fue haciendo necesariamente menos romano a mediada que se fue haciendo mas imperio; hasta que, no mucho después de que Roma le diera conquistadores a Britania, Britania le estaba dando emperadores a Roma. De Britania, tal como se jactaban los britanos, era la gran emperatriz Helena, que fue la madre de Constantino. Y fue Constantino, como todo el mundo sabe, quien promulgo el edicto que todos han tratado de proteger o derribar durante generaciones.
Nadie ha podido ser imparcial respecto a dicha revolución. Y el escritor de estas líneas no ha de pretender serlo ahora. Que fue la más revolucionaria de las revoluciones, puesto que identifico el cuerpo muerto en un cadalso servil con el padre celestial, ha sido siempre un lugar común sin dejar de ser una paradoja. Pero hay otro elemento histórico en el que vale la pena fijarse: no hay por qué insistir en la importancia de su esencia, pero es muy necesario comprender por qué incluso la Roma pre-cristiana conservo un halo místico para tantos europeos durante tanto tiempo. Dicho punto de vista culminó quizás, en Dante, pero perduró durante todo el medievo y, en consecuencia, sigue obsesionando a la modernidad. A Roma se le veía igual que al Hombre, poderosa, aunque caída, por que era lo mas elevado que había hecho el Hombre. Era divinamente necesario que el Imperio Romano triunfara…, aunque solo fuera para poder fracasar después. Por ello la escuela de Dante implicaba la paradoja de que los soldados romanos mataran a Cristo no solo por derecho, sino por derecho divino. Para que la ley pudiese fracasar al enfrentarse a la prueba suprema tenía que ser una ley real, y no una simple ilegalidad militar. De modo que Dios obró tanto a través de Pilatos como de Pedro. Por eso el poeta medieval se empeña en mostrar que el gobierno romano era simplemente un buen gobierno, no una usurpación. El punto crucial de la revolución cristiana era demostrar que el buen gobierno era tan nefasto como el malo. Ni siquiera el buen gobierno era lo suficientemente bueno como para distinguir a Dios entre unos ladrones. Esto no solo tiene importancia por que implica un cambio colosal en la conciencia; la caída del paganismo, se basa en la completa suficiencia de la ciudad o del estado. Promulgó una especie de gobierno eterno en torno a una rebelión eterna. Debemos recordarlo constantemente durante la primera mitad de la historia inglesa, pues ese es el significado de las luchas entre el rey y el clero.
El doble gobierno de la civilización y la religión perduro, en cierto sentido, durante generaciones; y antes de que aparecieran los primeros contratiempos, debe considerarse como sustancialmente igual en todas partes. En cualquier caso termino en un estado de igualdad. Desde luego que existía la esclavitud, como había existido en la mayoría de los estados democráticos de la antigüedad; y existía también el áspero oficialismo, como en la mayoría de los estados democráticos de nuestra época. Pero no había nada parecido a lo que conocemos en la época moderna por aristocracia, y mucho menos a lo que entendemos por dominación racial. Por lo que se refiere a los cambios experimentados por esa sociedad con sus dos niveles de ciudadanos iguales y esclavos iguales, el único destacable fue el lento crecimiento del poder de la Iglesia a expensas del poder del Imperio. Es muy importante comprender que la gran excepción a la igualdad, la institución de la esclavitud, se vio lentamente modificada por ambas causas: perdió empuje tanto por el debilitamiento del Imperio como por el reforzamiento de la Iglesia.
Para la Iglesia la esclavitud no era un problema doctrinal, sino un esfuerzo de la imaginación. Aristóteles y los sabios paganos que habían definido las artes serviles o utilitarias, habían considerado al esclavo como una herramienta, un hacha para cortar madera o cualquier cosa que fuera necesario cortar. La Iglesia no condenaba la acción de cortar, pero se sentía como si estuviera cortando cristal con diamante. Y le obsesionaba el recuerdo de que el diamantes mucho mas precioso que el cristal. Así, el cristianismo no podía basarse en la simple concepción del paganismote que el hombre estaba hecho para trabajar, dado que el trabajo tenia mucha menos importancia inmortal que el hombre. En esta época de la Historia de Inglaterra suele situarse la anécdota de Gregorio el Grande, y tal vez sea esa la mejor forma de entenderla. Según la teoría romana, los esclavos bárbaros eran considerados cosas útiles. El misticismo del santo prefirió considerarlos ornamentales; y su Non Angli sed Angeli significaba más bien No esclavos, sino almas. Viene al caso recordar de pasada en el país mas colectivamente cristiano, Rusia, a los siervos siempre se les ha llamado almas. La frase del gran Pontícife, por manida que resulte, tal vez sea el primer vislumbre de los halos dorados del mejor arte cristiano.
Así, la Iglesia, cualquiera que fuesen sus otros errores, favoreció según su propia naturaleza con una mayor igualdad social; y es un error histórico suponer que la jerarquía eclesiástica colaboro con las aristocracias o llego a ser un todo con ellas. Era una inversión de la aristocracia; desde su visión ideal, al menos, los últimos iban a ser los primeros. La paradoja irlandesa que dice un hombre es tan bueno como otro y mucho mejor contiene, como sucede con muchas contradicciones, una verdad: la verdad que servia de vínculo entre el cristianismo y la ciudadanía. El santo es el único entre los seres superiores que no oprime la dignidad de los otros. No es consciente de su superioridad, pero es más consciente de su inferioridad que los demás.
Y mientras un millón de pequeños clérigos y monjes iban royendo como ratones las ligaduras de la antigua servidumbre, seguía su curso como otro proceso que aquí llamamos el debilitamiento del Imperio. Se trata de un proceso que resulta muy difícil de explicar incluso en nuestros días, pero que afecto a todas las instituciones de todas las provincias, en particular a la institución de la esclavitud. Y de todas las provincias fue Britania, no obstante, no puede considerarse aisladamente. La primera mitad de la Historia inglesa se ha vaciado de significado en las escuelas al tratar de explicarla sin referencias al conjunto de la cristiandad de la que formaba orgullosamente. Acepto sin recato la verdad contenida en la pregunta del Sr. Kipling cuando dice ¿Qué van a saber de Inglaterra quienes solo conocen a Inglaterra?, y solo disiento de él en que el mejor modo de ensanchar las ideas sea el estudio de Wagaa-Wagga y Tombuctú. Se hace por tanto necesario, aunque resulte muy difícil, ofrecer en pocas palabras una idea de lo que aconteció a toda la raza europea.
Roma, que había edificado aquel mundo tan fuerte, era en realidad su eslabón más débil. El centro se había ido desdibujando y termino por desaparecer. Roma había liberado al mundo tanto como lo había sometido, y ahora era incapaz de someterlo por más tiempo. Salvo por la presencia del Papa con su prestigio sobrenatural en constante aumento, la Ciudad Eterna se trasformó en una de sus ciudades de provincias. El resultado fue un leve localismo, y no un amotinamiento intelectual. Había anarquías, pero no rebelión, pues toda rebelión debe sustentarse en unos principios y, por tanto, en una autoridad. Gibbon titulo su gran espectáculo en prosa La decadencia y caída del Imperio Romano. El Imperio declinó, desde luego, pero no cayó. Ha pervivido hasta hoy.
Por un proceso mucho más indirecto incluso que el de la Iglesia, esta descentralización y esta deriva trabajaron también en contra del estado esclavista de la antigüedad. No hay duda que el localismo promovió esa elección de jefes tribales que llegó a llamarse feudalismo y del que hablaremos mas tarde, pero ese localismo tendió a destruir la posesión directa del hombre por el hombre, aunque su influencia negativa no puede compararse en proporción a la influencia positiva ejercida por la Iglesia Católica. El esclavismo pagano posterior, como nuestro propio trabajo industrial, que cada vez se le parece más, se desarrollo en una escala cada vez mayor y llego a ser demasiado grande para controlarlo. Para el esclavo, su Señor visible termino estando más lejos que su nuevo señor invisible. El esclavo se convirtió en siervo; es decir, podía ser encerrado, pero no excluido. En cuanto paso a pertenecer ala tierra, era cuestión de tiempo que la tierra perteneciera a él. Incluso en el antiguo y más bien ficticio lenguaje sobre la propiedad de los esclavos hay una diferencia: la diferencia entre que un hombre sea que sea considerado como una silla o como una casa. Canuto podía reclamar su trono, pero si lo que quería era su salón del trono tenía que ir a conquistarlo él mismo. Del mismo modo podía pedirle a su esclavo que corriera, pero sólo podía pedirle a su siervo que se quedara donde estaba. Así, los dos lentos cambios de la época tendieron ambos a transformar a la herramienta en hombre. Su estatus comenzó a tener raíces, y todo lo que tiene raíces termina por tener derechos.
En todas partes el declive implicó una descivilización: el abandono de las letras, las leyes, los caminos y los medios de comunicación y la exageración caprichosa del color local. Pero en los confines del imperio dicha descivilización llevó a la más pura barbarie debido a la presencia de vecinos salvajes dispuestos a destruir tan ciega y sordamente como el fuego destruye las cosas. A excepción del lívido y apocalíptico vuelo de langosta de los unos, tal vez sea una exageración hablar, incluso en esas épocas oscuras, de una ola de barbarie, al menos si nos referimos a la vieja civilización en su conjunto. Pero no es del todo exagerado hablar de una ola de barbarie cuando se trata de lo que ocurrió en algunas de las fronteras del Imperio, en los límites del mundo conocido descritos al comenzar estas páginas. Y Britania estaba en ese extremo del mundo.
Tal vez sea cierto, aunque hay pocas pruebas de ello, que la capa de la civilización romana fuese más tenue en Britania que en las otras provincias, pero en todo caso era una civilización muy civilizada. Se concentraba en las grandes ciudades como York, Chester y Londres, pues las ciudades son más antiguos que los condados y desde luego más antiguas que los países. Todas estaban conectadas por un esqueleto de grandes calzadas que eran y son los huesos de Britania. Pero con el debilitamiento de Roma, los huesos empezaron a romperse bajo la presión de los bárbaros, que llegaron primero del norte: los pictos que había más allá de la frontera de Agrícola, en lo que son hoy las tierras bajas escocesas. Todo este complejo periodo está repleto de alianzad temporales entre las tribus, generalmente de carácter mercenario: de bárbaros a los que se paga por ir o venir. Parece probado que durante esta pugna la Britania romana compró la ayuda de pueblos más rudos que vivían cerca del cuello de Dinamarca, en lo que hoy es el Ducado de Schleswig. Elegidos para pelear contra algunos, naturalmente pelearon contra todos; y siguió un siglo de luchas, bajo cuyas pisadas las calzadas romanas se rompieron en pedazos aún más pequeños. Tal vez sea lícito disentir del historiador Green cuando dice que no debería haber lugar más sagrado para los ingleses que los alrededores de Ramsgate, donde se supone que desembarcó la gente de Schleswig; o cuando sugiere que su aparición marca el verdadero inicio de la historia de nuestra isla. Sería más cierto decir que, aunque prematuramente estuvo a punto de ser su final.
De Historia de Inglaterra de Chesterton
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