Cuando ese ritmo creciente del consumo requerido por el incremento de la producción, cede y se rezaga, quedan excedentes de ésta sin consumir, y entonces se recurre al Estado, instaurando su intervención en la economía. Este, a su vez, segrega "una presión fiscal delirante y una reglamentación cancerígena", para reavivar la productividad, en una "economía amañada" que "deja su lugar a un mecanismo burocrático" y se suple "su vitalidad extenuada con una acumulación de aparato de prótesis". Como último recurso, acude a la inflación, "el estupefaciente por excelencia que los Estados utilizan para desenmascarar la quiebra de sus injerencias en la economía".
Marcel de Corte
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