Los oímos a menudo: valores cívicos, democráticos, cristianos... El tono meloso con el que se enuncian provoca el rechazo con tan sólo escucharlo. Quizá se deba principalmente a la ambigüedad que conllevan como explicaba Miguel Ayuso en el último número de la revista Verbo:
Vivimos en Babel, en la nueva Babel de las ideologías, donde a diferencia del episodio del Génesis, en que los constructores no se entendían entre sí a causa de hablar causas distintas, hoy no nos entendemos siquiera en nuestra lengua. Hoy no es que usemos palabras distintas para expresar una misma cosa sino que expresamos cosas distintas con la misma palabra. Pero, a lo anterior, el equivocismo, se añade un empobrecimiento univocista.
O a la subjetividad. No dejan de ser depósitos, en donde el hombre deposita un significado mayor o menor (por tanto de naturaleza variable e inconstante), como explicaba Yves R. Simon:
Cuando hoy oímos hablar de valores morales, valores estéticos, valores sociales, valores políticos, valores espirituales, etc; éstos proceden de la mente, proceden de fuera de las cosas, no están corporizados en entidades, en la naturaleza; pues, “esto tiene valor”, no significa que, por razón de lo que es la cosa, ésta valga para algo más, para alguna operación o para alguna relación: su valor es algo que se le asigna a la cosa por la mente, mientras en sí misma permanezca sin valor, sin naturaleza. Es decir, corresponde al deseo de los hombres en un pagar un cierto precio por el uso y posesión de una cosa, más que a la relación objetiva de ésta con el buen vivir humano.
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