sábado, 5 de julio de 2014

Mártires

En un movimiento político los símbolos tienen mucha fuerza, sobre todo cuando demuestran sacrificio. Un ejemplo perfecto es el del Che Guevara en el mundo marxista, a pesar de su construcción mítica. Claro, que entre cualquier carlista y el Che Guevara media un abismo insalvable. En el carlismo contemporáneo destaca la figura de José María Arrizabalaga, asesinado por ETA. Aparte, la Cruzada fue otra etapa fértil en esfuerzos. E igual durante la II República. En este caso, recordaremos a dos estudiantes tradicionalistas: Justo San Miguel y José María Triana, quienes intervinieron en la sublevación del general Sanjurjo en 1932. Es de justicia rememorarlos e contemplarlos como modelos como hizo Manuel de Santa Cruz en el Tomo I de los «Apuntes y documentos para la historia de tradicionalismo. 1939-1966». 

Como dice la Ordenanza del Requeté «ten siempre presente que la investidura de soldado de la Tradición requiere ciega disciplina, y que esta virtud es el mayor de los deberes en todo «Boina Roja» y la principal condición de nuestras Instituciones [...] La suprema misión de este apostolado patriótico es ésta: «Dar la vida por la Causa es el acto más fecundo y el servicio más útil».

Según Pemán: «Uno de los oficiales del Ejército, Justo San Miguel, cayó muerto durante la operación impreparada y temeraria de asaltar el Ministerio del Ejército por una puerta trasera. Luego en su casa se encontró un libro que había sido, sin duda, su última lectura, su cigarrillo mental para templar los nervios en la inacabable espera, antes de salir hacia su cometido. Era de Menéndez y Pelayo y estaba abierto por el apéndice donde canta a España "como luz de Trento; martillo de herejes". Casi una segunda copia del brindis del Retiro. Creo que España es el único país donde se ha muerto por el texto de un erudito intransigente del siglo XX». De nuevo, la Unidad Católica, principio carlista por excelencia, aparecía como primera causa de sacrificio.


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