Según se acercaba el final del ciclo biológico del General Franco, la lucha entre la Dinastía legítima y la irreal se acrecentaba. En este contexto, la boda de Carlos Hugo, por aquel entonces Príncipe de Asturias, llamó mucho la atención. Por un lado, la afortunada pertenecía a una de las monarquías más boyantes de Europa, a diferencia de la princesa griega quien tuvo serias dificultades para costear su dote. Por otro lado, Irene de Lippe-Biesterfeld era protestante. Por suerte, la princesa se convirtió.
Este proceso de conversión fue objeto de críticas y no faltó incluso un jesuita (Ignacio Elizalde S. J.) que escribió un artículo en una revista de temática religiosa (Hechos y dichos) contra la Princesa Irene y la Familia Borbón Parma. Entonces, no tardó otro jesuita en contestar a tales ataques, mostrando la vinculación de los descendientes de Carlos V y la rama parmesana a la Compañía de Jesús:
En la correspondencia publicada entre Luis XV de Francia y el Duque Fernando de Parma, aparece bien claro que éste fue el único Borbón soberano que resistió a la extinción de la Compañía en el siglo XVIII. Y si lee usted la vida del Padre Pignatelli escrita por el Padre March, hallará las pruebas de que dicho soberano fue el primero que llamó a sus Estados a la Compañía, entonces refugiada en Rusia, aun antes de su restauración, que sufrió graves dificultades por ello y que depositó toda su confianza en el Santo Pignatelli, en cuyos brazos expiró. Su nuera, la Reina de Etruria, fue la única Princesa que asistió, con sus hjos, al acto de restauración de la Compañía. El biznieto de aquélla, el Duque Roberto, íntimo amigo del P. Martín, confió la educación de sus hijos a los Jesuitas, y en nuestros colegios de Feldkirch y Kalksburg se educó el Príncipe Javier, padre de D. Carlos, mientras que éste lo ha hecho en Campion Hall, Oxford, y su hermano D. Sixto en nuestro colegio de Sarlat.
De la dinastía carlista lo mismo podríamos decir: todos sus príncipes se educaron con jesuitas y los tuvieron como directores espirituales, y, más aún, podrá ver en la Historia del P. Lesmes Frías que D. Carlos, el de la primera guerra, fue quien más favoreció la restauración de la Compañía en España bajo Fernando VII, y que mientras los jesuitas éramos expulsados de la España liberal, se nos entregaba en la España carlista el Santuario de Loyola, se nos permitía abrir allí el noviciado e incluso colegios, lo que volvió a suceder en la tercera guerra. Más cerca de nosotros está la defensa que de la Compañía hicieron Lamamié de Clairac y Beúnza, carlistas, en el Parlamento republicano, y fue el Conde de Rodezno, carlista por entonces, quien gestionó y firmó, después de 1936, la orden de readmisión de la Compañía en España. Aparte de esos 100.000 requetés combatientes que con su sangre posibilitaron nuestra placentera vida en estos últimos 25 años... Creo, pues, que un jesuita, por más alejado que esté del carlismo, debe mostrar en sus publicaciones un mínimo de respeto y gratitud, particularmente respecto de las personas que lo representan.
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