-Pero, de todos modos, ¡la pena de muerte! ¡la pena de muerte!
El rostro del joven adquirió una expresión de gravedad y ternura.
-¿Tan terrible es esto -dijo-, para un católico convencido?
Se levanto Monseñor. Le parecía que hasta su sentido moral estaba por entero en peligro. Apelo al ultimo recurso.
-¡Pero Cristo!-grito-. ¡Jesucristo! ¿Podéis ni siquiera concebir la idea de que aquel dulcisimo Señor de todos nosotros tolere esas cosas ni por un instante? No puedo contestarle ahora, aunque estoy persuadido de que existe una contestación; pero ¿es concebible que Aquel que dijo “no luches con el mal”, que Aquel que enmudecía ante sus asesinos?...
También el Padre Adrian se puso en pie. Centelleaban sus ojos y estaba aun mas palido que antes. Comenzó a hablar en voz baja; pero fue elevándola hasta acabar casi a gritos, que resonaban en la reducida estancia.
-Sois vos quien deshonra a Nuestro Señor -dijo-, Sufrió El ciertamente , como algún día veréis que sufrimos nosotros, los católicos... como habéis visto ya mil veces, si algo sabéis de lo pasado. Pero ¿es acaso esto lo único que El representa?...¿Es solo el Príncipe de los Mártires, la Suprema Victima del Dolor, el silencioso Cordero de Dios? ¿No habéis oído hablar de la ira del Cordero; de los ojos que despiden llamas; del cetro de hierro con que hace pedazos a los reyes de la Tierra?... El Cristo ante quien vos clamáis no es nada: no es mas que un Hombre vencido, del cual se separa la Divinidad..., el Príncipe de los sentimentales y de aquella antigua y perniciosa religión que en otro tiempo se atrevió a darse a si misma el nombre de cristianismo. Pero el Cristo que adoramos nosotros es mas que esto: el eterno Verbo de Dios, el caballero de la Blanca Cabalgadura que realiza y seguirá realizando sus conquistas...Monseñor, !os olvidáis de cual es la Iglesia a la que pertenecéis como sacerdote! Es la Iglesia de Aquel que rechazo los reinos de este mundo que le ofrecía Satan, que El podía ganarlos por si mismo. Esto ha hecho.!Cristo reina!... He aquí lo que habéis olvidado, Monseñor. Cristo no es ya una opinión o una teoría. Es un hecho, !Cristo reina!El gobierna real y verdaderamente el mundo. Y es mundo lo sabe.
Dejo de hablar un momento, temblando de cólera, y alzo después al cielo las manos.
-¡Despertad, Monseñor! ¡Despertad! Estáis soñando. Cristo es nuevamente, ahora, el Rey de los hombres..., no precisamente el de los devotos, cuyo entendimiento se orienta a lo religioso. Gobierna porque esta en su derecho... Y el poder civil lo reconoce y apoya en lo secular, y la Iglesia en lo espiritual. ¿Que se me condena a mi a muerte? Pues bien, yo protesto de que no se considere inocente; pero no de que el crimen de que se me acusa se castigue con la perdida de la vida. Protesto; pero no me lamento, no me quejo. ¿Creéis que temo a la muerte?...¿No esta ella también en Sus manos?...Cristo reina, y todos lo sabemos. ¡Y también vos debéis saberlo!
Hasta el poder de sentir parecía haber abandonado al que escucha estas palabras...No veía ante el mas que un rostro pálido, como con éxtasis, y unos ojos ardientes que le miraban con fijeza. No podía ya resistirse, rebelarse por mas tiempo. Solo un gran esfuerzo impidió que se rindiera del todo. Algo enorme, inexplicable, parecía oprimirle, envolverle, amenazándole hasta con hacerle desaparecer.
Tan terrible era la fuerza con que ellas palabras se dijeron que por un instante le pareció que surgía ante el la visión de lo que describían: una suprema y dominadora Figura, herida, en verdad, pero poderosa e imperativa en la plenitud de su fuerza: no ya el Cristo de la dulzura y de la muchedumbre, sino un Cristo que, revestido, al fin, de todo Su Poder, reinaba; un Cordero que era, al mismo tiempo, un León; un Siervo que resultaba ser Señor de todo, y que, si defendía antes su derecho, mandaba ahora sin contradicción.
Extraido de Alba Triunfante de Robert Hugh Benson.
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