Cuna de San Ignacio, Loyola
Don Carlos tuvo como receptores durante su infancia monseñor Galván y el padre Francisco Ignacio Cabrera y Aguilar, sacerdote jesuita. De este gran jesuita, Don Carlos, adquirió la admiración por la Compañía de Jesús.
Más tarde, cuando la guerra, entró Don Carlos en Azpeitia y tomó posesión de Loyola; pidió las llaves del Santuario y se las mandó al padre Cabrera, con una carta muy afectuosa en la que venía a decirle: Un Carlos les desposeyó a ustedes de la Casa de San Ignacio de Loyola, otro Carlos tiene a gran honor devolvérsela. Pida usted a su general permiso para venir con los padres que quieran acompañarle, y establezcan aquí su noviciado, que yo defenderé con mis armas.
Cuando la guerra fue perdida, Don Alfonso, no osó tocar a los jesuitas, temeroso de herir los sentimientos religiosos de los vascos, respetó el hecho consumado y dejó tranquilos a los jesuitas.
Aunque a decir verdad, no es el único favor que deben los jesuitas al Carlismo. Durante la II República, los únicos que defendieron a los jesuitas tras su expulsión fue la Comunión. Sólo hay que recordar los estupendos discursos de Don José María Lamamié de Clairac.
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