Los reyes legítimos siempre fueron objetos de críticas e insultos. Desde
Carlos V hasta Don Sixto Enrique de Borbón. Emilia Pardo Bazán[1],
carlista en su juventud, ya se quejaba de la vulgar visión sobre Carlos VII: la
única persona para la cual en España no existía justicia, ni equidad, ni
siquiera tolerancia; la única a cuyo nombre se crispan los más transigentes y
se olvidan las nociones del derecho público, los preceptos elementales de la razón
y hasta las exigencias naturales de la curiosidad humana que necesita datos
para juzgar. [...] ¿Quién no conoce al Don Carlos de la leyenda contemporánea?
Abrid cualquier periódico satírico y allí le veréis. Rosario en cinto y trabuco
al brazo; zancas de cigarrón, boca de rana y cabeza de cretino... Lo moral
corresponde a su físico... un fauno en lo bruto, un ogro en lo feo, un sátiro
en lo vicioso y una liebre en lo cobarde.
Jaime III no fue menos. Su padre ya había sido criticado por los
integristas de liberal, y así volvería a pasar con su hijo. Pero esta vez, espoleados
por la madrastra del rey. Y es así como doña Berta tuvo el honor de ser la
causa del primer ataque de angina de pecho de Don Jaime[2].
El documento[3] que mostramos aquí, es
muestra de estos ataques, lleno de infamias contra el reclamante. Estas calumnias no se diferenciaban en gran manera de las pretéritas. E incluso de las futuras. Fechado el 4 de marzo de 1926, el padre Don José
María Paisal contestaba al Barón de Montevilla. Más tarde, esta carta pasaría a
formar parte del archivo de Jaime III como copia.
Exmo. Sr.
Barón de Montevilla
Si públicamente se dice en Venecia
el nombre del edificio donde están custodiados los objetos carlistas, y si son
tantas las personas, llegadas de dicha población que coinciden con el nombre,
no veo porque V. muestra tanto empeño en que yo se lo diga. Lo que nadie puede
afirmar, sin faltar a la verdad, es que sobre esos objetos pese el menor
gravamen por supuestas deudas contraídas por la Señora. Ya se lo he dicho a V.
hasta con juramento, y el carlista que no cree mi palabra de sacerdote, lo
menos que de mí merece es el desdén. Si estuvieran empeñados esos objetos ¿Qué
más había de querer la Señora que librarlos de todo gravamen mediante la
suscripción que V. proponía?
Están bien seguros esos recuerdos,
no lo dude y puede confiar los carlistas que pronto los verán colocados en un
punto más cercano que Venecia.
La Señora se limita a cumplir
estrictamente el testamento de su marido, y por ello no puede merecer el
reproche de ningún caballero. Si ella muerte primero que D. Jaime, éste será el
heredero; entretanto no puede tener esos objetos, NI CONVIENE.
¡No conviene!... Bien conocía D.
Carlos a su hijo para otorgar testamento en la forma que lo redactó. Quién tan
entrampado se encuentra con los judíos y tan poca estimación le merecieron
mucho de los objetos del castillo de Frohsdorf no puede merecer la confianza de
ningún carlista para ser el custodio del Cuarto de Banderas, de las Banderas de
una tradición que él no siente, porque en ella no cree, COMO NO CREE EN ALGUNOS
DE LOS DOGMAS DE NUESTRA FE.
Pasé algunas temporadas con ese
príncipe, y le conozco por dentro y por fuera, en el alma y en el cuerpo. LA
MAS GRANDE PENA QUE ATORMENTA MI CORAZÓN, me decía un día en Niza su Augusto
padre –ES QUE JAIME NO TIENE NI FE POLITICA NI RELIGIOSA.
Y por tratarse de un hombre de esas
condiciones, es por lo que Dª Mª Berta ha procurado ocultar, en lo posible,
dichos objetos, creyendo que así los tendría más seguros. Pero eso solo puede
considerarse como medida transitoria pues el más ardiente deseo de la Señora es
que sean expuestos a la contemplación de los carlistas, SIN RIESGO QUE NINGUNO
DE MUCHOS OBJETOS DESAPAREZCA, y yo sólo pido a mis correligionarios que
desechen todo temor y tengan un poco de paciencia.
Respecto a este punto por escrito no
puedo ser más extenso. Si tuviera ocasión de hablar con V., algo más le diría.
Dª Berta entró en Palacio de Oriente
para expresar su gratitud a quienes la merecían, pero entró con la bandera de
los principios tradicionalistas enarbolada. Así se lo expresó bien claramente a
D. Alfonso, y éste también muy claramente le dijo que esos principios son
salvadores, y que, en lo que de él dependía, hará que imperen en España. Bien
lo ha demostrado en estos últimos tiempos en muchos actos públicos, alabados y
bendecidos por el Jefe supremo de la Iglesia.
Las personas pasaron ya a la
historia; los principios son inmortales. Éstos son la esencia de nuestra causa,
que debemos sostener para bien de la Iglesia y de la Patria. La persona que
todavía se dice pretendiente no es la sombra de su padre, ni merece el
sacrificio de una perra chica. Solo por fanatismo personal se puede estar con
un hombre que gusta de la vida del bohemio y de la francachela, y que no tiene
ni fe política ni religiosa.
Es un secreto a voces en Madrid que
ese príncipe está en muy buenas relaciones con el régimen imperante, y aún que
tiene su lista de algunos miles de duros.
Yo no lo censuro por eso; pero sí
por la farsa que representa ante un puñado de ilusos que aun le sigue.
No es el famoso Melgar de esos
ilusos, pero sí otro farsante al aparecer adicto a un hombre que TIENE POR
POSESO, A QUIEN ES PRECISO HACER LOS EXORCISMOS. Son palabras textuales suyas,
que me dijo hace años en París, y se las dijo también a otros carlistas.
No me exprese bien en mi anterior
carta, o V. no me entendió; no dije ni podía decir que Doña Berta estaba
quejosa de los carlistas; todo lo contrario: los quiere como hijos, y para
ellos son sus especiales atenciones. Aquí cuantos la visitaron, aun los más
humildes, se sentaron a su mesa para almorzar con ella.
P. José
María Paisal
Pontevedra, 4-III-1926
Nacida en Tpeliz el 21 de mayo de 1860, alejada de los ambientes
legitimistas tradicionalistas, la nueva Duquesa de Madrid, Doña María Berta de
Rohan, se había casado en 1894 con Carlos VII. De alta alcurnia, procedía de la
familia de los Rohan, descendientes de los reyes de Bretaña, se habían exiliado
en Austria tras la Revolución Francesa y nunca retornaron. Así mismo, era
Princesa bohemia con tratamiento de Alteza Serenísima (Durchlauchten) y condesa de Wadstein-Watemberg. Diecisiete años
después de la muerte de su marido, Berta de Rohan decidía pasar una temporada
en España. Visitó Zaragoza, Vitoria, Burgos, Asturias y Galicia. Entre los acompañantes
se encontraban la condesa de Mongeaux, como dama de honor, y el Padre Paisal,
capellán del convento de clarisas de Pontevedra, antiguo amigo de Don Carlos.
Llegó a visitar al mismo Alfonso (XIII) en el Palacio de Oriente, donde se la
rindió honores como Infanta de España, el 1 de febrero de 1926.
La historiografía carlista fue contundente con la figura de doña Berta. El
Conde de Rodezno, en su ligera biografía de Carlos VII (Pp. 244-245), decía: la nueva Duquesa de Madrid, mujer elegante,
de belleza nada común y arrogante porte, mucho más joven que su marido, se
adueñó por completo del espíritu de Carlos VII, que, aun cuando sólo contaba
cuarenta y siete años, se hallaba prematuramente envejecido por la intensidad
de su vida y preocupaciones. En el orden doméstico, debió hacer feliz a su
marido, a juzgar por los fervores que éste le manifestaba: pero doña Berta de
Rohan, desconocedora de la historia y significación de la rama carlista
española, no convivió jamás espiritualmente con los sentimientos del
tradicionalismo español. Su influencia fue enervadora para D. Carlos, que si no
perdió el concepto de su representación y el mantenimiento de su actitud –que
estas cosas fueron consubstanciales a su naturaleza- , amenguó visiblemente
arrestos y entusiasmos. En el orden familiar, su segunda boda fue funesta.
Enfriáronse las relaciones de los hijos con el padre. Su heredero, D. Jaime de
Borbón se alejó del Palacio de Loredán y vivió espiritualmente divorciado de su
padre, dando a su vida de Príncipe sin situación un sesgo aventurero en
arriscados viajes y lances guerreros con el ejército ruso, o donde la ocasión
se le brindase.
Pero, el más furibundo detractor de la Duquesa de Madrid fue el secretario
de Carlos VII, Francisco Martín Melgar,
Conde de Melgar. En Veinte años con Don Carlos la dedicaba un capítulo entero (Cap. XXIV)[4] despachándose a gusto con la egregia señora. Para Melgar, el matrimonio sería funesto, debido al “fútil sentimiento de vanidad, de carácter dominante. Aquella infeliz señora era un fenómeno patológico y padecía […] de “paranoia acutísima” y consiste en una irresistible tendencia a mentir sin objeto y sin necesidad las más de las veces, sólo por no decir la verdad. Muy hábil y muy astuta no tardó en conocer el flaco de su marido, que consistía en no dejarse dominar por su mujer, y cifró todo su empeño en aparecer como la más sumisa de las esposas. [...]Tuvo la diabólica idea de hacer creer a su marido que don Jaime había querido abusar de ella, permitiéndose atentar contra su pudor.
Conde de Melgar. En Veinte años con Don Carlos la dedicaba un capítulo entero (Cap. XXIV)[4] despachándose a gusto con la egregia señora. Para Melgar, el matrimonio sería funesto, debido al “fútil sentimiento de vanidad, de carácter dominante. Aquella infeliz señora era un fenómeno patológico y padecía […] de “paranoia acutísima” y consiste en una irresistible tendencia a mentir sin objeto y sin necesidad las más de las veces, sólo por no decir la verdad. Muy hábil y muy astuta no tardó en conocer el flaco de su marido, que consistía en no dejarse dominar por su mujer, y cifró todo su empeño en aparecer como la más sumisa de las esposas. [...]Tuvo la diabólica idea de hacer creer a su marido que don Jaime había querido abusar de ella, permitiéndose atentar contra su pudor.
Y quizá el episodio más conocido es la quema del archivo del palacio de
Loredán. En el capítulo sexto del primer libro de El Quijote, el cura y el barbero realizaban el escrutinio de la
biblioteca del hidalgo, quemando todos los libros dañinos. Doña Berta de Rohan
decidió representar los dos papeles en esta tragedia. Una fuente preciosa para
el estudio del Carlismo desapareció de forma tan banal.
Por parte de Francisco de Melgar, la crítica no era menor; hijo del conde
de Melgar y secretario de Jaime III, escribía en Don Jaime. El Príncipe caballero[5]: había logrado adueñarse por completo del
espíritu y de la voluntad de su esposo, imponiéndole a su antojo sus
convicciones y sus sentimientos. Desde su llegada al palacio Loredán, doña
Berta sintió el odio más cordial hacia los hijos del primer matrimonio, odio
que contribuyó a hacer de ella durante quince años el mal genio de la familia
de don Carlos. […] no cesó en su funesto afán hasta que consiguió separar por
completo al padre y al hijo; don Carlos, en sus últimos años, llego a creer que
la única persona que no pretendía abusar de él y engañarle era su segunda
esposa, a quien estaba entregado de tal manera que ésta logró persuadirle que
iba a quedarse ciego si no renunciaba a pasar tantas horas al día leyendo y
escribiendo.[…] De esta manera, no
pudo tener conocimiento de los asuntos políticos y familiares, sino por el
intermediario de su mujer.
Melgar llegó a afirmar que padre e hijo rompieron todas las relaciones en
1905, por influencia de María Berta, tras la vuelta del Príncipe de Asturias de
la guerra de la Manchuria. En el palacio Loredán, Carlos VII habría recibido a
su vástago con estas duras palabras: ¿Quién
te ha dado permiso para venir? Esta casa no es un mesón, donde se entra
pagando; ¿Cuándo piensas marcharte? [...] (El Príncipe) no había de volver a ver a su padre en vida[6]. Sin embargo, esta
afirmación no se sostiene, en cuanto Carlos VII mandaba un telegrama[7]
en 1907 a Barrio Mier, desde Venecia, que decía: He tenido el consuelo de abrazar a mi hijo.
Las viudas y albaceas han sido los enemigos del patrimonio carlista |
La publicación de la correspondencia entre Carlos VII y Barrio Mier amplió
las fuentes documentales sobre el último periodo del monarca. Jaime de Carlos,
autor de Cartas inéditas de Carlos VII,
pedía una revisión del papel de Berta de Rohan y de la supuesta dejadez del
reclamante en sus últimos años, pues no correspondían con la realidad.
Aún así, el personaje de Doña Berta ha mantenido su mala imagen al evitar
el matrimonio de don Jaime con la Princesa Matilde (por envidia de casta según
Melgar hijo), desatar las intrigas en el partido y frustrar la inteligencia con
el General Weyler, conspiración que habría acabado con Don Carlos en la corte
de Madrid. Autores más tardíos como Jaime del Burgo[8]
la tildaba de hada perversa del carlismo y
afecta a la Corte de Madrid, mientras
que Juan Balansó[9], juanista, la describe
como la típica madrastra de cuento.
[1] Esta defensa de Carlos VII aparece en el epílogo y confesión política de “Mi romería”. El relato periodístico aparece integrado en PARDO BAZAN, Emilia: Viajes por Europa. Madrid: Bercimuel, 2003.
[2] Pág.
244 en MELGAR, Francisco: Don
Jaime. El Príncipe caballero. Madrid: Espasa-Calpe, 1932.
[3] La carta se encuentra en el Archivo Nacional Histórico (DIVERSOS-ARCHIVO_CARLISTA,134,
EXP.4.)
[4] MELGAR, Francisco: Veinte años con Don Carlos: memorias de su secretario el Conde de
Melgar. Madrid: Espasa-Calpe, 1940.
[5] Pp. 103-104 en MELGAR, Francisco: Don Jaime. El Príncipe caballero. Madrid: Espasa-Calpe, 1932.
[6]Pp. 104-105 en Ídem.
[7] Pág. 207 en DE CARLOS, Jaime: Cartas inéditas de Carlos VII. Madrid: Montejurra, 1959.
[8] Pág. 271 en DEL BURGO, Jaime: Conspiración y guerra civil. Barcelona: Alfaguara, 1970.
[9] Pág. 44 en BALANSO, Juan: Los Borbones incómodos. Barcelona: Plaza-Janés, 2000.
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