miércoles, 19 de septiembre de 2012

Las Memorias de Alfonso Carlos: Lunes 19 de septiembre de 1870.


LUNES 19 DE SEPTIEMBRE DE 1870

El Conde de Caserta
Por la mañana me desperté, después de haber dormido sin interrupción nueve horas y media, mejor que si hubiese estado en mi cama. A las nueve de la mañana dieron la sopa a mi Compañía, y yo comí también en mi cazuela. A las doce vino a la Villa Ludovisi el General Kanzler y se paseó con nosotros en el jardín. Poco después llegaron también los Condes de Caserta y de Bari, pero luego marcharon todos. De cuando en cuando se oían tiros, especialmente en la dirección de Macao, pero sin resultados para el momento. A las dos de la tarde la ametralladora fue llevada desde la Villa Médici (en donde se hallaba desde unos días) a la puerta de San Juan Laterano, donde quedó. Con ella estaban, para manejarla, cuatro o seis zuavos, es decir, el sargento Du Puget (antiguo secretario del Coronel), el Duque de Sabran, el hermano de Charette (rubio, soltero) y el Doctor de Oer, propietario de la ametralladora. Esta ametralladora tenía doce fusiles Remington y tiraba quince disparos por minuto.

Por la tarde, a las cuatro y media, fui a casa para comer. Pasé en coche por el Corso y Plaza Colonna, y fue la última vez que fui de paseo por Roma y que estuve en casa. El Corso estaba tan lleno de coches elegantes, casi como siempre, a pesar de estar la ciudad sitiada desde varios días y amenazada de un bombardeo. En Plaza Colonna se veía mucha tropa acampada.

Por las calles habían echado tierra para que los dragones, que llevaban órdenes al galope, no cayesen; por esto había mucho polvo en la ciudad. Desde varios días se leían sobre las murallas los anuncios del estado de sitio declarado en Roma y firmado por el Ministro, General Kanzler.

Todas las calles estaban llenas de patrullas numerosísimas de gendarmes y de squadriglieri, pues siempre se temía una revolución dentro de Roma, para lo cual el Gobierno italiano había pagado muchísimo, pero los romanos no se atrevieron a sublevarse. Por la tarde Su Santidad fue en coche hasta la Escala Santa, pasando por toda la ciudad, donde se le hicieron inmensas demostraciones de afecto; todos corrían a verle pasar. Su Santidad subió de rodillas toda la Escala Santa y rezó allí durante mucho tiempo, volviendo después al Vaticano. Este paseo de Su Santidad, en momentos tan terribles, produjo una impresión extraordinaria. Yo comí deprisa en casa, saludé a Manuel, pasé al Jesús para ver allí a mi confesor, el P. Gil (pero como él estaba ocupado y yo tenía prisa, no pude verle), y enseguida, en compañía del buen Coronel Redondo (antiguo guardia de Corps de Fernando VII), fui a nuestro campamento de Villa Médici.

Desde la torre de la casa de la Academia  de Francia se veían muy bien los italianos. Hubo un momento de alarma, pues el Coronel creía que había soldados italianos ya cerca de las murallas en la Villa Borghese, pero luego se averiguó que no había nada. Varios capellanes nuestros vinieron allí por la tarde y distribuyeron a los zuavos medallas y escapularios, y muchos zuavos pusieron los escapularios por encima del uniforme. Además llevábamos todos esas pequeñas cruces rojas bendecidas por Su Santidad y otra estampa de tela que tenía impreso el Nombre de Jesús, también hechas distribuir a los soldados por Su Santidad.

Puerta de San Juan de Letrán
Por la tarde, a las seis, empezó a amenazar de llover, y entonces el Coronel mandó a nuestra Compañía entrar otra vez en el atrio de la casa, para estar a cubierto durante la noche; y yo fui a llamar a la Compañía al camino donde habíamos dormido la noche antes, y la traje aquí al atrio, donde tuvieron que estar muy apretados los hombres. Al anochecer, la cuarta Compañía del primero, que estaba allí, recibió orden de marchar a la Puerta Pía como refuerzo. En la Puerta Pía estaba desde cuatros días antes la quinta Compañía del segundo Batallón (Cap. De la Hoyde; Ten. Montcabrier; Subten. Tortora; Subteniente de la Borde). La tercera del primero fue también allí al lado, en la Villa Bonaparte.

En la Puerta Salara estaba la sexta del primero (Capitán Joubert). Además estaba en la Villa Ludovisi la cuarta Compañía del segundo Batallón (Capitán Berger; Ten. Rabé des Ordons; Sub. Ten. Bouquet des Chaux). En la Villa Médici estaba fija la Compañía de Subsistencia, que llegaba hasta todo el Pincio; ésta estaba formada por 150 reclutas de Zuavos, que a lo más llevaban ocho días de servicio, y tenía por oficiales el Teniente Brondois, el Ten. Niel y el Sub. Ten. Menetrier. También estaban en la Villa Médici, a disposición del Coronel Allet, la sexta del segundo (mi Compañía, la tercera del tercero y el pelotón de gastadores mandado por el ayudante.

Los reclutas hacían su servicio bastante bien, a pesar de no comprender el francés, por ser casi todos holandeses, y de que no conocían todavía casi nada del servicio militar. Por la noche un centinela no quería dejar pasar a unos zuavos que volvían al jardín, y por poco dispara un tiro o les atraviesa con la bayoneta. Yo quise persuadirle; pero el centinela, que no hablaba más que holandés y a quien habían ordenado que no dejara pasar a nadie, no me hacía caso. Por fin hubo que llamar al oficial de su Compañía, y le persuadió. Fue también milagroso que no sucediesen desgracias con gente que no sabía lo que era un fusil; pero la buena voluntad suplió a la falta de instrucción.


También esta noche los españoles rezamos juntos nuestro Rosario. Se creía que nos atacarían el 20, porque en esos días, desde la llegada del primer parlamentario, habían venido a Roma otros dos, un General y un oficial italianos, y ambos habían recibido las mismas contestaciones que el primero, por el General Kanzler, en nombre de Su Santidad. Esta noche, nosotros, los oficiales, dormimos en un cuartito de la casa de la Academia de Francia, junto al atrio, en donde dormía nuestros soldados. La noche fue buena y no llovió. Nosotros dormimos perfectamente.

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