El buen gobierno se ocupa tanto del bien material como del espiritual.
Algunos autores se han preguntado si desde la doctrina liberal puede existir el bien común. La respuesta es que no. Según Funes Robert se debe a que el gobierno se funda y orienta por un número limitado y mínimo de dicho bien. Es de interés público fomentar la exportación, defender la reserva de divisas, estimular el turismo, etc. Pero si toda la política se apoya únicamente en esos tres o cuatros aspectos del interés común, la política será contraria a dicho interés, por la omisión en que necesariamente se incurre de otros muchísimos aspectos y partes de dicho bien común, a lo que no se hace ningún caso en virtud de la hipótesis de que el gobierno está compuesto por un número ilimitado de expertos en aspectos limitados de dicho bien común.
Así Vallet de Goytisolo nos habla de la división del bien en físico y moral. Y en consecuencia de las ideologías materialistas, la restricción del concepto del bien común al bien material, al bien físico, prescindiendo del bien moral. Así lo observamos en el imperio del liberalismo en lo moral y del intervencionismo en lo económico, cada vez más patentes en la política de los estados de Occidente.
Sin embargo, Leopoldo Eulogio Palacios recuerda que el bien físico no es el único bien posible y no es ni siquiera el mejor, según averiguamos al compararlo con el bien moral. Bienes físicos son la hartura, la salud, la paz, la libertad que nos permite vivir exentos de hambre, enfermedad, guerra o cautiverio. Y siendo bienes indudables y preciosos, con todo son menos importantes que otros como la justicia, la caridad, la paciencia, la templanza; con que combatimos la injusticia, el egoísmo, la tristeza, la sensualidad. Hoy, no obstante, falseamos la justicia al confundirla con la distribución igualitaria de los bienes físicos, rechazamos la caridad como algo superado, negamos la virtud de la paciencia que es calificada de engaño burgués al pueblo para explotarlo mejor, y despreciamos la templanza como una represión basada en viejos tabús de los cuales debemos liberarnos.
La primacía del bien moral nunca es ajena a la política y, sin embargo, hoy se tiende a promover y desarrollar bienes físicos sin limitaciones éticas: primero, en razón de su carácter común, sin distinción de su color moral, que les hace apetecibles por cualquier género de hombres, sea cual fuera su calaña. Así no es de extrañar que los bienes físicos sean los predilectos de los gobierno, pues, los gobiernos tienen necesidad de conseguir los sufragios del mayor número de súbditos (o tratan de apoyarse en la masa contra las minorías discrepantes, en los regímenes donde no se acude al sufragio, o este no es decisorio, añadimos nosotros), sin cuidarse de discernir entre los hombres egregios y los vulgares.
En toda político ganoso de triunfar asoma enseguida un demagogo. Pero además, el bien físico es susceptible de abuso, lo que es un atractivo para la malicia humana, que gusta de crearse menesteres y variar los objetos de consumo sin razón y sin tasa; ya que los excesos no se detienen, sino que ruedan en cadena, quizá porque estas cosas materiales no hacen bueno al hombre, no le perfeccionan ni edifican, y son como el agua del mar, que aumenta la sed del que bebe.
Hay, pues como también hemos visto un falso concepto del bien común transformado en un bien material colectivo, distribuible, orientado principalmente, en la economía , a la consecución de un mayor haber repartible, y no en favorecer el ser mejor, pensando que el vivir mejor, objetivo del bien común, no depende del resultado personal en los ciudadanos sino de aquél reparto.
Notemos, ante todo, que - como ya observó Santo Tomás de Aquino , en su Suma Teológica I.ª IIæ, q. 90, a. 2, ad. 2 - el bien común requiere la ordenación de los bienes particulares, pero no su absorción, pues éstos -dice- pueden ser ordenados a un bien común no por comunicación genérica o específica, sino por comunicación de finalidad, por lo cual el bien común es también fin común.
En De Regimine Principum (Lib. I, Cap. XIV y XV) precisa cuál es el fin intrínseco de ese bien común en que todos y cada uno de los miembros de la comunidad puedan llevar juntos una vida buena que aisladamente no podrían conseguir; siendo el fin último vivir según la virtud, lo cual requiere el logro de la paz, ella concordia y la tranquila convivencia en el orden y, como facto instrumental y secundario, la suficiencia de bienes materiales.
Advirtamos que, conforme a este criterio las partes no deben subordinarse totalmente al todo, sino únicamente en lo referente al bien común (S. T. I.ª, IIæ, q. 21 a. 4, ad. 3).
Por otra parte, como la sociedad política soberana, el Estado, es la coronación de otras sociedades humanas, que la sociabilidad del hombre produce para la realización de sus fines, el bien común en la sociedad política debe completar los de las demás sociedades inferiores y naturales sin absorberlas. Lo cual delimita el ámbito en el que el Estado debe desenvolver su poder, y perfila el denominado principio de subsidiaridad.