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sábado, 13 de septiembre de 2014

Apuntes sobre la Universidad: Salamanca, Valladolid, Alcalá de Henares

La Universidad, foco de cultura, es una institución propia de la Cristiandad. Nacieron durante el Medievo, bajo la protección de la Monarquía y la Iglesia. La presencia de las llaves de San Pedro en el escudo universitario de Valladolid evidencian la relación.
La fachada, único resto de las antiguas Escuelas Mayores.

Carlos V, en continuidad de sus antecesores, fue un ferviente defensor de la Universidad. Así, el monarca de la Guerra de los Siete Años abrió las universidades de Oñate y Portellá. Luego, largo es el número de catedráticos y profesores universitarios militantes en el carlismo. Recordemos al palentino Barrio y Mier, a Bartolomé Feliú, a Elías de Tejada o, entre los contemporáneos, Miguel Ayuso y José Miguel Gambra, por citar sólo a algunos de los más conocidos.

Especial defensa de la Universidad representaron Enrique Gil Robles y León Corral. El primero luchó por recobrar los privilegios fiscales y rentas de la Universidad de Salamanca, y mantener los pocos que quedaban, que habían permitido vivir a tal centro sin dependencia del Estado, libre de toda imposición, tal como vivió siempre la Universidad como cuerpo intermedio y fiel al principio de la subsidiariedad. Es decir, la autarquía o autogestión. Así, cuando Unamuno se congració con los ministros de Madrid mediante la supresión de todos los privilegios (residuos de la era de libertad que fue el Antiguo Régimen) tras ser nombrado rector, Gil Robles, llenó de rabia, decidió negar toda representación universitaria en su funeral.

León Corral, más desconocido, fue suegro de Francisco de Cossío y gran amigo del literato leonés Antonio Valbuena. Catedrático de medicina, su página en la historia universitaria fue mucho más amarga, en cuanto vio como el antiguo edificio universitario de Valladolid, la hoy Facultad de Derecho, quedó reducido a escombros excepto la fachada barroca. En 1909, el Ministerio decidió que la Universidad de Valladolid tenía una sede anticuada y no adecuada a los estándares europeos. Ni cortos ni perezosos decidieron que lo mejor era el derribo. Se opuso todo el claustro universitario pues no había razones para ello, salvo para una pequeña reforma. Pero lo que no había derribado la piqueta revolucionaria, lo haría el gabinete del régimen saguntino, muestra del respeto a la subsidiariedad por el liberalismo. Así, aquel edificio de época medieval y barroca, con su capilla, biblioteca y aulas, desapareció. León Corral escribió un opúsculo contra la demolición pero de nada sirvió.
 
Hoy, miramos con envidia Salamanca. Pero Valladolid no estaba lejos e incluso superaba a la universidad del Tormes en belleza.

Otro ejemplo. Un boletín carlista de octubre de 1952 decía: «La Universidad de Madrid fue instalada por la Monarquía de Doña Isabel (II), bisabuela de Don Juan de Borbón y Battemberg, en un edificio robado a sus legítimos propietarios, el antiguo Noviciado de los Jesuitas, sito en la calle de San Bernardo, en el lugar conocido precisamente por Noviciado.

El magno edificio de la Compañía de Jesús, con su hermosa iglesia, fue dedicado a Universidad de Madrid, llamada durante muchos años Universidad Central; el Cardenal Cisneros fundó y dotó magníficamente a sus expensas la Universidad de Alcalá de Henares y la Monarquía liberal disolvió esta Universidad, vendió sus edificios por cantidades irrisorias e instaló la Universidad de Madrid en un edificio robado a sus legítimos dueños.

El Claustro y los estudiantes complutenses se resistían a acatar las órdenes del Gobierno y a Álcala se fue el Jefe político de Madrid, señor Olózaga, con sus esbirros, destituyó y encarceló a los catedráticos carlistas, que eran la mayoría, expulsó a frailes y religiosos de los Colegios Mayores y la gloriosa Universidad murió a manos del Poncio liberal de turno.

Quien ha visto las viejas ciudades universitarias europeas de Oxford, Cambridge y Heidelberg, llora de ira al contemplar destruida, como si por ella hubiesen pasado los bárbaros, la vieja ciudad universitaria de Alcalá de Henares; sus ilustres Colegios, medio en ruinas, fueron dedicados a cuarteles, prisión, cocheras, garajes y otros más bajos menesteres; uno de ellos, adquirido y restaurado por el Ayuntamiento de Madrid, es el Colegio Málaga, que hoy presenta al visitante como un vivo recuerdo de lo que fueron aquellos ilustres Colegios Complutenses, al menos en su aspecto material.

Las páginas más vergonzosas de nuestra historia han sido escritas por la Monarquía liberal, lo que justifica nuestra constante oposición a ella y el desprecio que sentimos hacia aquellos que suspiran por su restauración». 

Posdata:
El autor no entiende cómo nuestros antepasados y los mecenas, con menos fondos, construían edificios que duraban siglos. Su arquitectura era magnífica y muy bella. La técnica, arcaica, dejaba mucho que desear y se hacían maravillas.

Hoy, del mecenas Cardenal Mendoza hemos pasado al Banco Santander. Y de espléndidos edificios como el Palacio Santa Cruz al Campus Miguel Delibes. Comparen. Con más dinero y técnica, levantamos obras que apenas duran décadas con un estilo pésimo. Nuestros antepasados hacían cosas que durarían siglos. Tradición. Nosotros, utilitarios, no buscamos la belleza sino la utilidad. Revolución. Así nos va.

viernes, 15 de junio de 2012

Francisco de Cossío y Jaime III

Francisco de Cossío

Francisco de Cossío y Martínez-Fortún fue uno de los próceres de la cultura pucelana. Tuvo, en su haber, raíces carlistas. E importantes. Su abuelo, por parte materna, fue León Martínez-Fortún, conde de San León, título otorgado durante la segunda guerra carlista. Tras una estancia en Cuba, volvió a España donde luchó junto a Carlos VII, durante la III guerra carlista; primero, como capitán general y, después, preceptor del príncipe Don Jaime. En 1910 se casó con Mercedes Corral García-Mesanza, hija del catedrático de Medicina, León Corral, insigne carlista.
 
La firma de León Corral, suegro de Cossío, en La España Católica a Su Príncipe, Don Jaime





Don Francisco nació en Sepúlveda en 1887, pero desarrolló toda su actividad literaria en la ciudad del Pisuerga.  La rama paterna pesó más en su pensamiento convirtiéndose en concejal del Ayuntamiento de Valladolid por el partido liberal. Sin duda, algo tuvo que ver su talante y la amistad con Santiago Alba. La llegada de la Dictadura de Primo de Rivera necesitará un chivo expiatorio, y ése fue Santiago Alba que será fustigado como el corruptor de España. Con él, cayo Cossio, perdiendo su puesto en el Museo de Escultura y más tarde, debido a un artículo en El Norte de Castilla titulado “Cazadores de gorras” en el que atacaba al cuerpo de Somatenes, el destierro a las islas Chafarinas, desde donde se trasladará a París.

Y en ese París de entreguerras, Cossío conoció a Don Jaime a través de doña Elvira de Borbón, oveja negra de los hijos de Carlos VII. Decía don Francisco que su pecado fue siempre de rebeldía. Resistencia a creer lo que no vimos; a aceptar los prejuicios de casta; a someterse a las reglas inflexibles que señalaban la tradición de su casa… Gracias a su hermano y a Don Alfonso malvivía entre los bares y cafés de París y, raramente, en los casinos de Montecarlo. Tras hacer migas con esta enfant terrible, la desgraciada princesa le presentó a su hermano.

El monarca, en el exilio, tenía una gran vida social. A su casa asistían gran número de personas de la política española: Francisco Cambó y Santiago Alba e incluso Dámaso Berenguer[3], quien nada más ser depuesto como Jefe de Gobierno visitó a Don Jaime, asustado ante la situación de España. También literatos como Vicente Blasco Ibáñez o Josep Plá.  

Jaime III


La visión que transmitió nuestro insigne pucelano se plasmó en Confesiones[1]: ¿Qué era, pues, Don Jaime de Borbón, duque de Madrid, pretendiente a la Corona de España, y, por el conde de Chambord, heredero de la corona de Francia? […] Un hombre fuerte, alto, de largos mostachos, frente despejada y cabello gris, peinado hacia atrás, se adelanta y me tiende la mano con franqueza muy española. Es un hidalgo de buena planta, como tantos otros que podemos conocer en pueblos de Andalucía y de Castilla. Más, sin embargo, en su semblante se descubre una expresión que le da cierta superioridad y jerarquía. Su sonrisa abierta y cordial infunde respeto. Inquieta un poco su mirada penetrante cuando interroga, ya que a Don Jaime le gusta preguntar y escuchar, más que hablar. Después, en el trato diario que he de tener con él, averiguo que esta sonrisa no es otra cosa que comprensión. 

Esta mirada la podemos identificar con la que da Antonio de Lizarza Iribaren[2] sobre Don Jaime: a veces, se advertía al Borbón imprudente, amigo de las chirigotas superficiales de sabor volteriano, la falta de fijeza. […] pero queda claro que a su inteligencia excepcional, su valor personal casi legendario y bien probado, y a su experiencia y conocimiento de los hombres, lenguas y de la política, añadía el sentido de sus deberes como Rey carlista, su cariño y admiración enormes por sus leales. Supo, en fin, mantener la solera y su responsabilidad. Esto es evidente. Lo demás, sólo tiene el carácter de anécdota humana intrascendente.

Presentamos a continuación una carta inédita[4] de Francisco de Cossío[5], en la que felicita a Don Jaime su onomástica:

Bidart, 24 de julio 1927

A Su Alteza Don Jaime de Borbón.

Señor: Hace mucho tiempo que no sé nada de su alteza, aún conservando los grandes recuerdos de nuestros días de París, y no quiero que pase el día de Santiago sin enviarle mi felicitación más efusiva.

Las cosas de España, como verá por los periódicos, marchan cada día peor, y los que aspiramos a una España más moderna y nos vemos precisados a vivir ahora en este ambiente de dictadura, lo pasamos bastante mal. Mis persecuciones personales parece que, por el momento, han desaparecido; sin embargo, no tendría nada de particular que reaparecieran cualquier día.

Según noticias que acabo de recibir, el conflicto militar de los artilleros acaba de reproducirse en Segovia, y el gobierno ha tomado medidas de rigor, pero yo no confió en que la sensibilidad de estos reaccione con más violencia que la vez pasada. En suma, que no adelantamos nada, y que la única realidad visible es que el reinado de don Alfonso va a terminar mal.

Yo salgo mañana para Valladolid, regresando aquí a fines de agosto. Pienso que su Alteza debe estar en Austria, más le dirijo ésto a París por conducto de censor ¿Cuándo volverá a París? Lo deseo muy vivamente. Le repito, pues, mi felicitación por Santiago con mis más expresivos recuerdos y respetuosos saludos.

Francisco de Cossío

Torrecilla 5, Valladolid.



[1] DE COSSIO, Francisco: Confesiones. Mi familia, mis amigos y mi época. Madrid, Espasa-Calpe, 1959.
[2] Pág. 23 en DE LIZARZA IRIBARREN, Antonio: Memorias de la conspiración. 1936-1939. Pamplona: Gómez, 1969.
[3] Pág. 296 en DEL BURGO, Jaime: Conspiración y guerra civil. Madrid: Alfaguara, 1970.
[4] La transcripción está realizada por el autor de esta bitácora.
[5] Archivo Histórico Nacional: Archivo Carlista, 134, EXP. 4.