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jueves, 31 de julio de 2014

Vinculación de la Casa de Borbón con la Compañía de Jesús

Según se acercaba el final del ciclo biológico del General Franco, la lucha entre la Dinastía legítima y la irreal se acrecentaba. En este contexto, la boda de Carlos Hugo, por aquel entonces Príncipe de Asturias, llamó mucho la atención. Por un lado, la afortunada pertenecía a una de las monarquías más boyantes de Europa, a diferencia de la princesa griega quien tuvo serias dificultades para costear su dote. Por otro lado, Irene de Lippe-Biesterfeld era protestante. Por suerte, la princesa se convirtió.

Este proceso de conversión fue objeto de críticas y no faltó incluso un jesuita (Ignacio Elizalde S. J.) que escribió un artículo en una revista de temática religiosa (Hechos y dichos) contra la Princesa Irene y la Familia Borbón Parma. Entonces, no tardó otro jesuita en contestar a tales ataques, mostrando la vinculación de los descendientes de Carlos V y la rama parmesana a la Compañía de Jesús:

En la correspondencia publicada entre Luis XV de Francia y el Duque Fernando de Parma, aparece bien claro que éste fue el único Borbón soberano que resistió a la extinción de la Compañía en el siglo XVIII. Y si lee usted la vida del Padre Pignatelli escrita por el Padre March, hallará las pruebas de que dicho soberano fue el primero que llamó a sus Estados a la Compañía, entonces refugiada en Rusia, aun antes de su restauración, que sufrió graves dificultades por ello y que depositó toda su confianza en el Santo Pignatelli, en cuyos brazos expiró. Su nuera, la Reina de Etruria, fue la única Princesa que asistió, con sus hjos, al acto de restauración de la Compañía. El biznieto de aquélla, el Duque Roberto, íntimo amigo del P. Martín, confió la educación de sus hijos a los Jesuitas, y en nuestros colegios de Feldkirch y Kalksburg se educó el Príncipe Javier, padre de D. Carlos, mientras que éste lo ha hecho en Campion Hall, Oxford, y su hermano D. Sixto en nuestro colegio de Sarlat. 
De la dinastía carlista lo mismo podríamos decir: todos sus príncipes se educaron con jesuitas y los tuvieron como directores espirituales, y, más aún, podrá ver en la Historia del P. Lesmes Frías que D. Carlos, el de la primera guerra, fue quien más favoreció la restauración de la Compañía en España bajo Fernando VII, y que mientras los jesuitas éramos expulsados de la España liberal, se nos entregaba en la España carlista el Santuario de Loyola, se nos permitía abrir allí el noviciado e incluso colegios, lo que volvió a suceder en la tercera guerra. Más cerca de nosotros está la defensa que de la Compañía hicieron Lamamié de Clairac y Beúnza, carlistas, en el Parlamento republicano, y fue el Conde de Rodezno, carlista por entonces, quien gestionó y firmó, después de 1936, la orden de readmisión de la Compañía en España. Aparte de esos 100.000 requetés combatientes que con su sangre posibilitaron nuestra placentera vida en estos últimos 25 años... Creo, pues, que un jesuita, por más alejado que esté del carlismo, debe mostrar en sus publicaciones un mínimo de respeto y gratitud, particularmente respecto de las personas que lo representan.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Las Memorias de Alfonso Carlos: Miércoles 14 de septiembre de 1870.


MIERCOLES 14 DE SEPTIEMBRE DE 1870

A  las doce y media de la noche ya estaba yo en pie, tomé mi revólver, mi manta y mis cositas, me despedí del buen Manuel Echarri, que estaba triste mientras yo estaba muy alegre, y marché al cuartel de San Agustín. A la una y cuarto de la mañana se tocó el “rappel sac au dos”, y a la una y media, el “rappel” en el patio del cuartel.

En las caras de todos los soldados se veía la alegría. Todos llevaban la mochila, con capote, manta y tienda de campaña, bidones y 100 cartuchos por cada hombre. Teníamos allí 40 filas, es decir, 80 hombres y cuatro clarines. A la una y tres cuartos llegaron al cuartel el Capitán Gastebois y el Teniente Derely. El Capitán hizo un pequeño discurso, recomendando mucha obediencia a sus órdenes, mucho silencio durante la marcha y mucho ánimo, el que no nos hacía falta, a Dios gracias. Enseguida salimos del cuartel de San Agustín por el flanco, como siempre.

Puerta del Pópolo
A la Puerta del Pópolo esperamos algunos minutos para que nos dejasen salir. Allí estaba la tercera Compañía del tercer Batallón (donde yo había servido como soldado el año 1868). Supimos también que a la misma hora, por Puerta Angélica había salido la sexta Compañía del tercero de Zuavos (Capitán de Fabry), para ir al encuentro de los italianos por el Monte Mario. Salimos de Puerta del Pópolo en buen orden la sexta del segundo. La otra Compañía quedaba para defender la puerta. A las dos y tres cuartos de la mañana ya estábamos delante de la venta del Puerto Molle, al otro lado del Tíber. El Capitán envió enseguida al Teniente Derely con los 25 primeros hombres de la Compañía y un clarín, por el camino de Viterbo, y a mí (que era subteniente) me envío por el camino de Civitá Castellana con los siguientes 25 hombres (de los que doce eran españoles).

 El Capitán se quedó allí, cerca del puente, con lo restante de la Compañía. A cada uno de nosotros nos mandó marchar adelante por espacio de un cuarto de hora o poco más, y hallando un buen punto para dominar los caminos, debíamos pararnos, quedar allí en atención, como puestos avanzados, y en cuanto viésemos legar a las tropas italianas debíamos retirarnos al puente, sin tirar ni un tiro. Nos dio a cada uno de los oficiales un dragón a caballo para que después de parados se lo enviásemos a él para darle cuenta de lo que hubiésemos hecho y visto.

Yo marche al  momento con 25 hombres, el sargento Blevenac y el sargento Boissoreil. La noche era bastante oscura, y como yo casi no conocía ese camino me estaba siempre con un poco de cuidado. El camino era bastante accidentado, y en varios puntos encerrado por los lados, de modo que se veía muy poco adelante. Pasé a los diez minutos delante de un caminito que venía desde el camino de Viterbo, según  parecía, y como sospeché que sería peligroso, dejé allí al cabo Hofmann, con seis hombres para que lo vigilase y guardase. Seguí adelante con los demás zuavos pero nunca se llegaba a un punto de donde se dominase el camino, y como yo me hallaba ya demasiado lejos del Capitán  y en caso de apuro era fácil rodearme y cogerme prisionero, anduve pocos minutos más, y luego me paré.

Envié adelante al dragón a caballo para ver dónde concluía la subida del camino. Éste fue al galope y volvió diciendo que todavía había mucho que andar; por lo cual, para seguir las órdenes recibidas, volví atrás unos cuantos minutos, y reuniéndome a los seis hombres que había dejado atrás, me paré. Puse un centinela avanzado sobre la carretera, a unos cien pasos, y luego, subiendo una pequeña altura al lado del camino, coloqué dos centinelas allí arriba con orden de mirar atentamente el camino y avisarle por cualquier cosa que viesen. Envié luego el dragón al Capitán para decirle que no había nada de nuevo y que ya había encontrado un punto para pararme.

El Teniente había andado un poco más que yo sobre el camino de Viterbo, pero yo no sabía dónde estaba, pues los dos caminos estaban muy separados el uno del otro. Por buena dicha teníamos un poco de luna, de manera que se veía algo delante de nosotros. Los demás soldados se echaron en el suelo para descansar, pues las mochilas les pesaban bastante. Yo no paré ni un momento, pues de noche y sin conocer el terreno ni los movimientos de los italianos, no quedaba tranquilo. Todos los que pasaban por el camino los paraba y les hacía preguntas, pero los más venían de cerca. Después, a cada momento, subía yo sobre la altura para dominar la carretera. También había trabajo para impedir que los soldados durmiesen y no hablasen, pues debíamos escuchar atentamente todo ruido, y varias veces me puse al suelo para oír mejor.

Mucho gusto me dio cuando, a las cinco y media, vimos el principio de la aurora. Sin embargo, entonces empezó a hacer bastante frío y una humedad terrible. Nos decidimos a cortar ramas y hacer un buen fuego, y allí al lado estuvimos todos muy agradablemente. Los soldados no podían ponerse el capote, pues había que tener las mochilas hechas. Sin embargo, viendo que no había nada nuevo, les permití quitárselas. Siempre quedaban tres zuavos de centinela, adelantados, como dije antes.

Entonces encontramos un buen aldeano que nos trajo uvas, que comimos con gusto, juntamente con un poco de pan que teníamos en nuestros bolsillos. A las seis llegó un zuavo de los que estaban con el Capitán y nos trajo café para todos, que habían hecho en la venta de Puente Molle. Lo tomamos con gusto; luego oyeron un par de tiros que nos llamaron la atención, pues venían de la parte donde estaba el Teniente. Y yo tenía orden de replegarme adonde estaba el Capitán si oía un tiro en la dirección donde había ido el Teniente. Sin embargo, como no oí nada más, quedé allí y sólo envié al sargento Boissoreil con el zuavo Zimmermann, adonde estaba el Capitán. Después de algún tiempo volvió el sargento diciendo que no había nada, que todo estaba tranquilo y que quedase donde estaba. Entonces, con un poco de trabajo, logré poner un centinela en un punto elevado, desde donde podía ver el camino nuestro y al mismo tiempo oír si el Teniente disparaba un tiro. Ahí quedamos tranquilamente hasta las ocho y  media, y creíamos ya tener que quedar allá todo el día, cuando vimos llegar a un dragón a todo escape, el cual apenas se paró un momento para decirnos que ya estaban allí cerca las tropas italianas y que apenas tendríamos tiempo para replegarnos.

Puente Molle
Entonces yo hice bajar y reunir los centinelas, tomamos las mochilas y a paso ligero volvimos al Puente Molle para cumplir con las órdenes recibidas. Llegamos allá bastante cansados. Pocos minutos después llegó el Teniente con sus hombres, también cansados, y dijo que se veían ya las tropas italianas. Desgraciadamente ya estaba cociendo la carne para la sopa y tuvimos que tirarlo todo al aire para recoger los bidones. El Capitán tomó el mando de la Compañía y pasamos el Puente Molle, al lado izquierdo del Tíber. Allí nos paramos, y como se creía que el enemigo llegaría de un momento a otro por el camino de Viterbo y de sorpresa, pues la venta cubría el camino, el Capitán hizo poner una media sección sobre el mismo puente, con bayonetas al cañón, bajo las órdenes del sargento mayor de Kersabieck. Lo restante de la Compañía quedó detrás del puente, como de reserva.

En este tiempo el Capitán quería hacer saltar el puente, pues así le habían mandado la víspera; pero se habían olvidado de minar el puente, de suerte que nosotros hubiéramos debido hacerle saltar con fósforos, lo cual no era factible, como puede comprenderse. El sargento mayor Kersabieck y la media sección se condujeron admirablemente, con una serenidad inmensa y mucho valor, pues allí estaban seguros de morir todos si venían a ser atacados. En las primeras filas se encontraban muchos españoles y se condujeron muy bien. El primer rango tenía rodilla en tierra, el otro estaba de pie. El Capitán, el Teniente y yo íbamos de cuando en cuando sobre el puente para examinar la carretera, y aseguro que necesitaba valor para quedar parado allí. El Capitán de Gastebois había escrito un billetito, y lo había enviado a Roma por medio de un dragón, para pedir que le diesen órdenes fijas para defender el puente hasta lo último o para replegarse a Roma.

A las nueve y media nada había llegado todavía, y el Capitán y todos nosotros, viendo que nos olvidaban, empezamos a perder la paciencia. Nuestra posición era muy peligrosa, pues en caso de que nos atacasen no teníamos más retirada que la carretera que va de Puente Molle a Porta del Pópolo, entre dos murallas y toda derecha, y si los italianos ponían un cañón al otro lado del puente destruirían muy fácilmente nuestra Compañía, sin que los artilleros pontificios pudiesen hacer fuego desde Puerta del Pópolo por causa nuestra. Este camino tenía cerca de tres cuartos  de hora de largo, a pie. A las diez, viendo el Capitán que no le enviaban ninguna orden y juzgando imposible e inútil ya el defender un puente como ése, hizo reunir toda la Compañía y marcharnos hacia Roma por medias secciones en columna, con bayonetas al cañón,  para poder, en caso de que la Caballería nos atacase, hacer media vuelta, parándonos, y resistir fuertemente.

El Capitán estaba muy disgustado de no recibir órdenes y se puso sentado en el suelo, dejándonos retirar a nosotros, de modo que ya apenas le veíamos. Entonces vimos de lejos mucho polvo, y creyendo que fuese Caballería enemiga, ya temimos que el Capitán fuese prisionero; pero, el pobre, corriendo y cansándose mucho, logró alcanzar la Compañía nuestra, que estaba parada para aguardarlo. En lugar de enemigos eran dragones que venían desde el puente Molle, y nos dijeron que los italianos venían con artillería para hacer fuego.

Osteria di Papa Giulio
Entonces nos dividimos a los dos lados del camino, marchando uno detrás de otro, para dejar el camino libre a las balas. Fuimos marchando así hasta unos 200 metros de la Puerta del Pópolo. Los soldados, tan cargados como estaban y cansados por la marcha de la noche, no podían casi seguir. Sin embargo, el Capitán se arrepintió de lo que había hecho y mando hacer media vuelta y marchar otra vez hacia el enemigo. Llegamos así hasta la mitad del camino, cerca de la Osteria di Papa Giulio, de donde va un pequeño camino hasta La Fontana dell´ Acqua Accelosa. Allí no había nada para comer y los soldados tenían hambre. Quedamos esperando un ataque de un minuto a otro; pero los soldados estaban cansados, que poco hubieran podido defenderse ya. Los pobres habían tenido trabajos muy fuertes desde unos cuantos días y ya iban muchas noches que casi no podían dormir.

A las once vino allí, en coche, Mgneur. Daniel (capellán mayor) para vernos. Nos dijo que Charette estaba salvo, pues había telegrafiado por la mañana, muy temprano, desde Civitá Vecchia, adonde había llegado sin perder un solo hombre, a pesar de ser perseguido todo el tiempo por numerosísimas fuerzas italianas, y esperaba legar cuanto antes a Roma por ferrocarril. Esta noticia nos animó muchísimo, pues ya creíamos a Charette y sus zuavos prisioneros, suponiendo que aquél viniese desde Vetralla a Baccano para tomar el camino de Roma a Viterbo, y nosotros ya sabíamos que los italianos acababan de llegar a ese mismo camino. El capellán volvió a marchar a Roma. A cada momento llegaba un dragón y nos daba otras noticias, que generalmente no eran exactas. Algunos lanceros italianos habían pasado el puente, y viendo que no había nada habían vuelto otra vez atrás.

Quedamos así, siempre andando arriba y abajo por el camino, sin saber nada hasta las doce y media (después de medianoche). Entonces llegó para relevarnos la tercera Compañía del tercer Batallón (Cap. Du Reau, francés; Subteniente Taillefer, canadiense; Subten. Tucimei, napolitano). Quedamos juntos allí, pues creíamos ser atacados por los dos caminos: el del puente Molle y el Acqua Accetosa; pero viendo que nadie llegaba, nos marchamos, y a la una y media entramos en Roma por Puerta del Pópolo. Allí formamos los pabellones y nos pusimos a descansar. Nos alcanzaron allí unos diez zuavos de nuestra Compañía, que habían quedado la víspera de guardia, sin haberlos podido relevar; con ellos llegó el cabo Monginoux y el zuavo Hendrix, que salió del hospital para alcanzar a su Compañía sin estar todavía curado del todo. El zuavo español Ortiz, de mi Compañía, por el cansancio, cayó enfermo bastante gravemente y fue preciso enviarle luego al hospital.

Allí, en la plaza del Pópolo, nos acostamos sobre las piedras y descansamos muy bien. La plaza no se reconocía; estaba llena de piezas de artillería y furgones militares y había centinelas en las embocaduras de las calles de Ripetta, del Corso y de Vía Babuino, para impedir a la gente pasar adelante. Todas las tiendas de Roma quedaron cerradas ese día, pues se creía sucedería algo fuerte. A las dos de la tarde, la Cuarta Compañía del tercer Batallón (Cap. Du Bourg, Subten. Pavy, Subten. Bouden), que estaba de guardia en Puerta del Pópolo, recibió la orden de salir para proteger a la Compañía de Mr. Du Reau. Entonces yo quedé de guardia a la puerta con treinta y cinco hombres, en lugar del Subteniente Boulen, y el Teniente fue de guardia allí al lado, con otros treinta y cinco, al Abatoire, donde habían hecho una barricada al lado del Tíber. Los soldados comieron un poco de carne fría, y nosotros, los Oficiales, nos hicimos traer alguna comida. Siempre estábamos con el anteojo para ver desde lejos las dos Compañías de Zuavos, que creíamos se batirían de un momento a otro.

Ningún paisano ni militar podía entrar ni salir por la puerta, aunque llevase permiso escrito; ésa era la consigna que me dieron. Había dos piezas de artillería detrás del terraplén, delante de la puerta, que estaba abierta, y contra el terraplén, cubierto de sacos con tierra, estaban siempre unos quince zuavos, pronto a hacer fuego. Allí supe que, por la mañana, la sexta Compañía del tercer Batallón (Cap. De Fabry, Ten. Du Ribert y Subteniente Gasconi), que estaba de avanzada en el monte Mario, había visto las tropas italianas. La vanguardia de esta Compañía, que consistía en un sargento (inglés) y ocho zuavos, fue atacada por un regimiento de Lanceros italianos. El sargento se defendió con mucho valor, causó muchas pérdidas a los Lanceros, pero recibió dos heridas él mismo, y otros tres o cuatro zuavos fueron heridos y uno muerto; tuvieron que quedar prisioneros. Después supimos que había muerto el sargento a causa de las heridas. La Compañía también disparó algunos tiros y un Capitán italiano quedó muerto. Pero después, la misma sexta Compañía del tercer Batallón tuvo que retirarse por Puerta Angélica a la Plaza de San Pedro donde estaba destinada.

A las tres de la tarde tuve el gusto de ver llegar en un coche, con M. Kanzler, al Teniente Coronel Charette, que, después de una magnífica y brillante retirada, había llegado a Roma a la una. Los italianos le habían perseguido hasta Vetralla, adonde llegó Charette por la noche. Los italianos le rodearon en ese pueblo, creyendo que dormiría allí, y hasta hicieron publicar en los diarios italianos que Charette, con toda su gente, estaban prisioneros suyos. Pero Charette fue más listo que ellos, y en lugar de irse por la carretera, como ellos creían, tomó pequeños caminos de campo y hasta veredas por medio de las montañas, de modo que los mismos zuavos tuvieron que llevar a veces a hombros los dos cañones, para subirlos por puntos muy montañosos, y así también para llevar la ametralladora, habiéndose roto una rueda de ésta. Pero llegó, por fin, feliz y gloriosamente a Civitá Vecchia. Y tomando un tren especial, aunque le dijesen que era muy peligroso volver a Roma porque los italianos por varios puntos venían para cortar el ferrocarril, él no tuvo miedo, se marchó y llegó felizmente a Roma, enteramente negro, pues quiso hacer todo el viaje de pie, sobre la locomotora, para dominar el camino, y en su caso, hacer parar el tren y defenderse contra las tropas que pudiesen atacarle. Como no había puesto en el tren, así dejó Civitá Vecchia el pelotón de Dragones a caballo y las dos piezas de artillería, que eran las mejores. La ametralladora llegó a Roma.

La Compañía de Valentano (con el Cap. Kermoal, Ten. Van der Straten y Subten. Artz), no pudiendo alcanzar a Charette, sin mochilas ni estorbos, vino directamente a Civitá Vecchia por las montañas, y llegó pocas horas después de la marcha de Charette; pero esta Compañía ya no pudo volver a Roma, pues los italianos ocuparon el ferrocarril. Este mismo Capitán había enviado todas las mochilas directamente a Civitá Vecchia, sin escolta, por medio de un aldeano, en un carro cubierto de paja, y el buen hombre le entregó todo en dicha población, con mucha exactitud. Nosotros felicitamos muchísimo a Charette por su dichosa llegada a Roma, y en seguida de examinar los trabajos de la Puerta se marchó el Teniente coronel, pues estaba cansadísimo. Con la llegada de Charette teníamos ya 700 zuavos más en Roma, lo cual nos alegró mucho.

Villa Ludovisi
Luego hubo que poner de guardia a nuestro sargento Bossonil con 15 hombres a mitad de la subida del Pincio. A las cuatro y media de la tarde el Capitán Gastebois tuvo que marchar con la mitad de la Compañía a la Villa Ludovisi, donde debía pasar la noche sobre paja. El Teniente y yo quedamos allí con orden de alcanzar al Capitán con la otra mitad de la Compañía en cuanto llegasen las dos Compañías de Zuavos que estaban en el puente Molle. A las cinco los soldados lograron comer una sopa y se envió una parte a la otra mitad de la Compañía en la Villa Ludovisi. Yo tomé un pedazo de carne mala en la cantina de la caserna de gendarmes, allí al lado. Por la noche, a las ocho, el Teniente marchó a comer a la ciudad y me encargó a mí llevar la media Compañía a Villa Ludovisi. A las nueve y media de la noche la cuarta Compañía del tercer Batallón volvió desde puente Molle. Entonces me relevó, yo pasé la consigna de la Puerta del Pópolo al Subteniente Boulen, reuní los hombres de mi Compañía y marché, atravesando la plaza Barberini y la ciudad, a la Villa Ludovisi. Fue mucha casualidad el acertar yo el camino, pues nunca había sabido dónde estaba la Villa. Sin embargo, llegué felizmente a la Puerta y allí me alcanzó el Teniente Derely; entramos juntos en aquel inmenso jardín.

La noche era muy oscura y empezaba a llover un poquito. Atravesamos gran parte del jardín por caminos desconocidos y oscuros; por último llegamos a una especie de casa o salón lleno de paja, en donde hallé a nuestro Capitán Gastebois con lo restante de la Compañía. Como llovía un poco hicimos entrar allí a todos nuestros hombres, aunque algo apretados, cada uno con su fusil y mochila, para pasar la noche. Dejamos unos veinte hombres con dos cabos y un sargento de guardia contra las murallas de la ciudad, pues la Villa Ludovisi, que ocupa muchísimo terreno, desde más allá de la antigua Puerta Pinciana hasta la Puerta Salara, está junto a las murallas de Roma. A las diez y media nos echamos sobre la paja; los Oficiales juntos en un rincón, y como si fuese la mejor cama del mundo, nos dormimos a los pocos minutos.

Pero a las once y media me desperté al ruido de unos clarines, que parecían los de Puerta Pía, y que tocaban “De bout”, y luego “Garde a Vous”. Yo desperté al Capitán, que oyó la misma cosa, y mandó levantarse a toda la Compañía. Con mucho trabajo llegamos a despertar a los zuavos, ya cansados, y formamos la Compañía sobre dos rangos para estar prontos a marchar. Enviamos al cabo Almela, sobrino de Aparisi y Guijarro, valenciano, con el americano Torral y otros tres zuavos, a la entrada del jardín para que quedasen allí toda la noche, y el Teniente se paseó por el inmenso jardín, al lado de las murallas, para ver si oía o descubría algo. En el jardín había muchos obreros con hachas encendidas que estaban haciendo un largo foso y un terraplén detrás de las murallas, que eran tan débiles que hubieran caído a los primeros cañonazos. Luego volvió el Teniente diciendo que nada había y que en Puerta Pía todo estaba tranquilo. La noche era muy oscura y nosotros no conocíamos nada de todo aquel terreno, de modo que hubiera sido muy fastidioso tener que hacer algo así, a ciegas…

viernes, 15 de junio de 2012

Francisco de Cossío y Jaime III

Francisco de Cossío

Francisco de Cossío y Martínez-Fortún fue uno de los próceres de la cultura pucelana. Tuvo, en su haber, raíces carlistas. E importantes. Su abuelo, por parte materna, fue León Martínez-Fortún, conde de San León, título otorgado durante la segunda guerra carlista. Tras una estancia en Cuba, volvió a España donde luchó junto a Carlos VII, durante la III guerra carlista; primero, como capitán general y, después, preceptor del príncipe Don Jaime. En 1910 se casó con Mercedes Corral García-Mesanza, hija del catedrático de Medicina, León Corral, insigne carlista.
 
La firma de León Corral, suegro de Cossío, en La España Católica a Su Príncipe, Don Jaime





Don Francisco nació en Sepúlveda en 1887, pero desarrolló toda su actividad literaria en la ciudad del Pisuerga.  La rama paterna pesó más en su pensamiento convirtiéndose en concejal del Ayuntamiento de Valladolid por el partido liberal. Sin duda, algo tuvo que ver su talante y la amistad con Santiago Alba. La llegada de la Dictadura de Primo de Rivera necesitará un chivo expiatorio, y ése fue Santiago Alba que será fustigado como el corruptor de España. Con él, cayo Cossio, perdiendo su puesto en el Museo de Escultura y más tarde, debido a un artículo en El Norte de Castilla titulado “Cazadores de gorras” en el que atacaba al cuerpo de Somatenes, el destierro a las islas Chafarinas, desde donde se trasladará a París.

Y en ese París de entreguerras, Cossío conoció a Don Jaime a través de doña Elvira de Borbón, oveja negra de los hijos de Carlos VII. Decía don Francisco que su pecado fue siempre de rebeldía. Resistencia a creer lo que no vimos; a aceptar los prejuicios de casta; a someterse a las reglas inflexibles que señalaban la tradición de su casa… Gracias a su hermano y a Don Alfonso malvivía entre los bares y cafés de París y, raramente, en los casinos de Montecarlo. Tras hacer migas con esta enfant terrible, la desgraciada princesa le presentó a su hermano.

El monarca, en el exilio, tenía una gran vida social. A su casa asistían gran número de personas de la política española: Francisco Cambó y Santiago Alba e incluso Dámaso Berenguer[3], quien nada más ser depuesto como Jefe de Gobierno visitó a Don Jaime, asustado ante la situación de España. También literatos como Vicente Blasco Ibáñez o Josep Plá.  

Jaime III


La visión que transmitió nuestro insigne pucelano se plasmó en Confesiones[1]: ¿Qué era, pues, Don Jaime de Borbón, duque de Madrid, pretendiente a la Corona de España, y, por el conde de Chambord, heredero de la corona de Francia? […] Un hombre fuerte, alto, de largos mostachos, frente despejada y cabello gris, peinado hacia atrás, se adelanta y me tiende la mano con franqueza muy española. Es un hidalgo de buena planta, como tantos otros que podemos conocer en pueblos de Andalucía y de Castilla. Más, sin embargo, en su semblante se descubre una expresión que le da cierta superioridad y jerarquía. Su sonrisa abierta y cordial infunde respeto. Inquieta un poco su mirada penetrante cuando interroga, ya que a Don Jaime le gusta preguntar y escuchar, más que hablar. Después, en el trato diario que he de tener con él, averiguo que esta sonrisa no es otra cosa que comprensión. 

Esta mirada la podemos identificar con la que da Antonio de Lizarza Iribaren[2] sobre Don Jaime: a veces, se advertía al Borbón imprudente, amigo de las chirigotas superficiales de sabor volteriano, la falta de fijeza. […] pero queda claro que a su inteligencia excepcional, su valor personal casi legendario y bien probado, y a su experiencia y conocimiento de los hombres, lenguas y de la política, añadía el sentido de sus deberes como Rey carlista, su cariño y admiración enormes por sus leales. Supo, en fin, mantener la solera y su responsabilidad. Esto es evidente. Lo demás, sólo tiene el carácter de anécdota humana intrascendente.

Presentamos a continuación una carta inédita[4] de Francisco de Cossío[5], en la que felicita a Don Jaime su onomástica:

Bidart, 24 de julio 1927

A Su Alteza Don Jaime de Borbón.

Señor: Hace mucho tiempo que no sé nada de su alteza, aún conservando los grandes recuerdos de nuestros días de París, y no quiero que pase el día de Santiago sin enviarle mi felicitación más efusiva.

Las cosas de España, como verá por los periódicos, marchan cada día peor, y los que aspiramos a una España más moderna y nos vemos precisados a vivir ahora en este ambiente de dictadura, lo pasamos bastante mal. Mis persecuciones personales parece que, por el momento, han desaparecido; sin embargo, no tendría nada de particular que reaparecieran cualquier día.

Según noticias que acabo de recibir, el conflicto militar de los artilleros acaba de reproducirse en Segovia, y el gobierno ha tomado medidas de rigor, pero yo no confió en que la sensibilidad de estos reaccione con más violencia que la vez pasada. En suma, que no adelantamos nada, y que la única realidad visible es que el reinado de don Alfonso va a terminar mal.

Yo salgo mañana para Valladolid, regresando aquí a fines de agosto. Pienso que su Alteza debe estar en Austria, más le dirijo ésto a París por conducto de censor ¿Cuándo volverá a París? Lo deseo muy vivamente. Le repito, pues, mi felicitación por Santiago con mis más expresivos recuerdos y respetuosos saludos.

Francisco de Cossío

Torrecilla 5, Valladolid.



[1] DE COSSIO, Francisco: Confesiones. Mi familia, mis amigos y mi época. Madrid, Espasa-Calpe, 1959.
[2] Pág. 23 en DE LIZARZA IRIBARREN, Antonio: Memorias de la conspiración. 1936-1939. Pamplona: Gómez, 1969.
[3] Pág. 296 en DEL BURGO, Jaime: Conspiración y guerra civil. Madrid: Alfaguara, 1970.
[4] La transcripción está realizada por el autor de esta bitácora.
[5] Archivo Histórico Nacional: Archivo Carlista, 134, EXP. 4.

viernes, 1 de junio de 2012

Melchor Ferrer y el juanismo.

Panfleto carlista descubriendo las intrigas del juanismo


Al Carlismo no se le entrega, sean quienes sean, cuantos sean los que sigan en su vía al Conde de Rodezno. El Carlismo no se entrega. porque quedaría por entregar la bandera que sostiene S.A.R el Príncipe Regente. El Carlismo no se entregó en los campos de Vergara, cuando una gran cantidad de personalidades abrazaron al mamarracho de Espartero; el Carlismo no se entregó cuando en 1849 se acogieron muchas personalidades a la amnistía que les daba el espadón Narváez; el Carlismo no se entregó cuando, impulsado por el traidor Lezu, Don Juan III pedía ser reconocido por Doña Isabel como Infante de España; el Carlismo no se entregó cuando en 1879 eran invitadas las honradas masas para que acudieran a la Unión Católica, aunque muchas personalidades claudicaron; el Carlismo no se entregó cuando el cardenal Sancha nos daba sus desinteresados consejos; el Carlismo no se entregó cuando la madre de Don Juan iba a aplaudir a Vázquez de Mella, no sé si en la Zarzuela o en la Comedia; el Carlismo no se entregó cuando el Conde de Rodezno y sus correligionarios se fueron con el General Franco a la Falange, ni el Carlismo se entrega ahora aunque Rodezno y todos los que como él piensan vayan a Lisboa a reconocer a su rey. 

De Melchor Ferrer Dalmau en Observaciones de un viejo carlista a unas cartas del Conde de Rodezno.

domingo, 1 de abril de 2012

La última entrevista de Manuel Fal Conde


Secretario general del Partido Carlista[1] entre 1934 y 1955
Ultima entrevista con Fal Conde[2]. Por Josep Carles Clemente[3]
Fal Conde tiene ahora la palabra. Me trasladé a Sevilla, antes de su fallecimiento en 1975, para que diera testimonio de su participación en el Alzamiento de 1936. Multitud de artículos, entrevistas, libros y conferencias han aparecido en los últimos años dentro de nuestro país sobre este asunto que ya es Historia.

Don Manuel Fal Conde nació en Higuera de la Sierra (Huelva) y contaba con el título de abogado. No poseía, como la gente cree, antecedentes carlistas en su familia. Sin embargo, este andaluz representó un papel importante en la acción de nuestra pasada historia.
En agosto de 1932 se produce el levantamiento militar de tendencia monárquica contra la República, cuya representación llevó Sanjurjo, en el que la intervención de un abogado andaluz, Manuel Fal Conde, adquiere relieve político nacional. A partir de entonces, Fal se convierte en pieza fundamental dentro del movimiento carlista, que en aquellos tiempos estaba dominado por elementos integristas y tradicionalistas. Fal culmina esta actuación política cuando, el 3 de marzo de 1934, don Alfonso Carlos de Borbón le nombra delegado suyo en España y, por lo tanto, jefe de la Comunión Tradicionalista.

Se hace cargo del carlismo y realiza una profunda reorganización. Ante los nubarrones que se aproximan, Fal Conde arma y militariza a los voluntarios carlistas: el Requeté. El 15 de abril de aquel mismo año ya se pueden notar los resultados de su mando: se efectúa en la finca de “El Quintillo”, de Sevilla, la primera demostración de esas fuerzas, que fueron adiestradas y preparadas por el capitán Enrique Barrau.

El carlismo adquiere nuevo vigor y acuden a él otras corrientes políticas. Entre ellas, el jefe y miembros de un grupo de nacionalistas catalanes denominado “Vella Catalunya” que se integran plenamente en el movimiento carlista.

El 15 de julio, Fal Conde se dirige por primera vez en público a los carlistas, con motivo de un acto político en Potes (Santander). En aquella ocasión, dijo: Los pueblos tienen derecho a levantarse contra los tiranos, pero primero hay que hablar a las conciencias y prepararlas. Y así lo hizo, hasta que llega el estallido del 18 de julio de 1936.

El 8 de diciembre de este mismo año, con motivo de la decisión del jefe de los requetés de crear una Real Academia Militar Carlista, Fal Conde es expatriado.
Llega abril de 1937. Fal sigue en Portugal, pero Hedilla, a través de dos carlistas, le propone un acuerdo: si la Unificación se efectúa sin contar con ellos, no aceptarán cargo alguno en el partido naciente. Hedilla y Fal cumplieron este acuerdo. Mientras que los tradicionalistas pro-alfonsinos, conde de Rodezno, Luis Arellano y el también conde de La Florida, se unifican.

El 11 de agosto, Fal vuelve a España, pero en 1941 es confinado en Menorca, hasta que a mediados de diciembre, fecha en que vuelve a Sevilla, donde estuvo residenciado hasta diciembre de 1945, adquiere de nuevo libertad de actuación. De hecho, Fal había seguido actuando mediante enlaces, proclamas y manifiestos. Siempre a las órdenes directas del entonces Regente del carlismo, don Javier de Borbón Parma, hasta que el 11 de agosto de 1955, y debido a una repentina y grave enfermedad en la garganta[4], Fal Conde cesa como jefe-delegado y asume directamente don Javier el gobierno del Carlismo.

Fal Conde poseía uno de los mejores archivos sobre la guerra española y, precisamente por ello, le pedí que me diera noticia sobre algunos puntos referentes a los preparativos, antecedentes y demás acciones sobre la misma. He aquí su testimonio y sus declaraciones póstumas de1975:

LA CONSPIRACIÓN

-Don Manuel, unos artículos suyos en la ya desaparecida revista Montejurra han descubierto al público lo que antes era dominio de minorías de informados. En ellos se ve claro que usted fue uno de los primeros y más eficientes motores de la conspiración contra la República. ¿Me puede ampliar este tema?

-Mala señal sería que fueran dándose de baja en el cuadro de honor y servicios de aquella conspiración tantos que en número, por crecido desmerecedores, han monopolizado hasta aquí la ostentación y la gala de esa primacía. Es cierto que un mayor nivel de cultura va inspirando a los corazones hondas repugnancias hacia la violencia, creando un clima más propicio a la caridad que no permita Dios degenere en un pacifismo conformista, patológico, que amilane las conciencias ante la furia y las resigne infrahumanamente a la opresión, que seria regresión atávica a la espiritualidad de la esclavitud bajo el paganismo.

Yo, personalmente, ni fui político ni jamás me sentí vocacionado a la violencia, a la fuerza, a la guerra. Modesto abogado y ferviente catequista en misiones de seglares, donde eran rechazados los misioneros sacerdotes, cuando vine a la política no cambié mi equipo espiritual de misionero segla, visitador de pobres en las conferencias y educador en centros obreros. Amenazaba inminente la revolución en el año treinta.

Cuanto me cupo en suerte promover fue, desde que empecé a actuar en política, bajo la dirección de mis jefes y la suprema y sapientísima de don Alfonso Carlos.
Ya he dicho que España conservaba aún esa vitalísima reacción defensiva contra la tiranía, que identifica a los pueblos que se han formado bajo los dictados del Derecho Público cristiano y en el aire de las libertades públicas legítimas.

Fal Conde intervino activamente en el levantamiento militar contra la República que encabezó el general Sanjurjo el 10 de agosto de 1932. Vemos a ambos en esta foto tomada el mismo día del fallido alzamiento.

-¿Puede decirme algo sobre sus acuerdos con el general Sanjurjo?

-Ya desde agosto del treinta y dos estábamos en contacto. Fracasó el golpe en Madrid, dirigido por el general Barrera, con las víctimas de los jóvenes carlistas de la A.E.T., Triana y San Miguel, pero triunfó en Sevilla. Por la noche declinó el sol del general y empezó el calvario de prisiones y confinamientos.

Era necesario un primer intento de sublevación contra el poder constituido y necesitaban también los espíritus templarse en la tribulación. Sin 10 de agosto de 1932 no hubiera habido el Alzamiento del 18 de julio de 1936, ni victoria de 1939. Desde mi prisión primero, y después visitando las cárceles, los exilios de Lisboa, Gibraltar, San Juan de Luz, se aglutinaron voluntades y se seleccionó un grupo valiosísimo de jefes. Don Alfonso Carlos había puesto cartas cordialísimas a los deportados de Villa Cisneros, como Lamamié de Clairac les había amparado con su interpelación en las Cortes. Yo había cuidado a los deportados de Villa Cisneros que el Rey había considerado afectos a la región de Andalucía, de la que era jefe regional. Si el 10 de agosto fue la preparación del 18 de julio, la presencia del carlismo al lado de los perseguidos le había atraído medios de poder concebir sin quimera una sublevación carlista.

Según explica el propio Fal Conde, en el apoyo carlista a la sublevación del 18 de Julio de 1936 jugaron un papel fundamental los aspectos religiosos y tradicionalistas. Lo que reflejaría Sáenz de Tejada en este dibujo, con la leyenda “…EI voluntario parte fortalecido también con la bendición del padre…”

Porque con gran fervor se acrisolaban los espíritus y se formaban los cuadros: en función cívica las juventudes, con un gran jefe nacional –Aurelio González de Gregario-; y en proyección paramilitar con el general Varela, los tenientes coroneles Royo y Utrilla y su delegación nacional con Zamanillo.

Pero jamás deseamos una acción aisladamente del Ejército. Que este cumpliera su sagrado deber de salvar a la Patria, significaba nuestro más ferviente anhelo. Tres generales, entonces en Madrid, eran la esperanza: Orgaz, Varela y Goded[5]. Pero resultaba imprescindible que la cabeza fuera Sanjurjo.

Visitas a Estoril, el envío como ayudante al que lo había sido en agosto, don Emilio Esteban Infantes, cuyos gastos sufragábamos como obsequio al general y como acto de justicia el atender la necesidad del insigne militar que, privado por la República de la carrera, tras la amnistía, se buscaba en Madrid el limpio vivir con clases particulares que hubo de dejar. La llegada a Navarra de Mola constituyó una gran facilidad.

Jamás deseamos ni procuramos la sublevación, ni menos la guerra. Lo que empujábamos era el golpe de Estado, todavía viable y de tradición reciente. Habrá que exhumar la estratagema nuestra –honor a González de Gregario y a Agustín Tellería- de los trescientos uniformes y correajes de la Guardia Civil para asaltar los Ministerios, si Rodríguez del Barrio se decidía.

-¿Cuál era el ánimo del general Sanjurjo y el ambiente del Ejército en aquellos días?

- Sobre cuál era el ánimo del general Sanjurjo y el grado de escepticismo sobre el Ejército, lo indica la nota autógrafa fotografiada de su archivo, con fecha 30 de marzo.
El acuerdo fue tomado en una cena en el comedor particular de los dueños del Hotel Hispano Americano, de la calle Primero Decembro, de Lisboa , amigos personales del general, con el príncipe don Javier y presentes Aurelio González de Gregario y yo.

Consistió el acuerdo en que si el alzamiento era del Ejército, al que concurríamos con todos nuestros medios, él acudiría a donde se le llamara, para cuyo caso la contraseña sería medio recordatorio de la señora de don Ramón Carranza, de Cádiz, cuya mitad él retendría y la otra se enviaría al general Mola.

Si, contra lo que vivamente se deseaba y procuraba, los mandos claves se echaban atrás, o llegado el momento fallaban, y todo en el supuesto básico de la inminencia del peligro de revolución soviética que sabíamos tan preparada, la sublevación sería sólo carlista. Claro está que con una brillante plantilla de generales, jefes y oficiales comprometidos y enlazados.

Para ese supuesto que, gracias a Dios, no llegó a ser necesario, otro recordatorio –aquel día estábamos, por lo que se ve, fúnebres- sería la contraseña: el del canciller de Austria, Dollfus, que yo llevaba en mi cartera, enviado por la viuda del insigne mártir austriaco, por conducto de doña María de las Nieves.

-¿No era demasiado audaz ese proyecto?

-Sin ese picante no se concibe gesta española. Ni saltando el Atlántico por mar o aire, ni a pie firme a lo alcalde de Móstoles o a lo Juan Maria González, en Talavera de la Reina, aún insepulto el Rey Fernando VII. O como el ídolo Santos Ladrón, en la Rioja.

Pero audacia sólo relativa, que contaba con la capacidad de reflejos del pueblo español, la fuerza expansiva enorme del carlismo y con bazas en la mano, como los acuerdos con Italia y Portugal, que se traducían en el compromiso de reconocer el nuevo poder tan pronto se constituyera, con tal de que tuviese un puerto y contactos con algunas fronteras; entrega del armamento, artillería y aviación de acompañamiento de una división en pie de guerra, barco que daba en benemérito diputado tradicionalista por Cádiz y poderoso naviero don Miguel Martínez de Pinillos, el que con pabellón marroquí recogería el armamento de un barco de guerra italiano en una bahía de África Occidental que sabe de transbordos contrabandísticos.

Y una plantilla verdaderamente prestigiosa de militares: don Mario Musiera, que había sido miembro del primer Directorio de Primo de Rivera; el teniente coronel Baselga, jefe de Estado Mayor en San Juan de Luz, ambos trabajando sin descanso; Rada, inspector nacional bajo las órdenes del bilaureado Varela; y Utrilla, inspector de requetés de Navarra..., el coronel don Ricardo Serrador, deportado de Villa Cisneros, luego en el Movimiento héroe en el Alto de los Leones; Maristany, Velarde, Purón, Villanova, Barrera, Redondo, García de Paredes, Marchelina, Sicre, Díez Conde, Ruiz, Benítez Tatay, Díaz Prieto... ¿a qué seguir?, y más de doscientos requetés preparados en Italia como capaces oficiales, de los que a su vez algunos seguían instruyendo a otros en Urbasa. Amplios cuadros de jefes y oficiales que demuestran que la Comunión Tradicionalista, entonces bajo la realeza del venerable octogenario y regencia de su sobrino, luego sucesor, don Javier; con mi jefatura asistidísima de valiosos colaboradores, tenia en 1936 una preparación capaz de levantar en armas a la nación oprimida.

-Aun contando con tal elemento humano, cabe la pregunta de que si ese movimiento carlista se promovería confiando en la improvisación, de que dan ejemplo la «alcaldada» de Móstoles o los primeros sublevados carlistas de la guerra de los Siete Años ...

-Es, sin duda, el punto álgido de ese momento en verdad histórico. Cuando un pueblo tiene que «echarse a la calle» para salvarse de opresores insoportables y tiránicos, podrá hacerlo con recta conciencia en función de la probabilidad de éxito, porque no le es lícito causar más daño que el que trata de evitar. Las mismas reglas de la legítima defensa. Y en aquella coyuntura, no nos era dable confiarnos en absoluto al Ejército, porque lo había descuartizado Azaña, estaba inficcionado de masonería y de sobra se podía calcular que había de haber Ejército en las dos orillas. Teníamos que correr ese evento, en la confianza que merecían unos generales y mucha oficialidad.

Pero el golpe de Estado constituía un interrogante que no podía contestar un proyecto técnico, un plan de campaña o unos presupuestos de ciencia militar.
En cambio, el proyecto -repito- de sublevación carlista, bajo Sanjurjo, Varela, Muslera, Villegas, etcétera, con los elementos aludidos, podía estudiarse.

Tales son los proyectos de sublevación redactados por el teniente coronel don Fidel de la Cuerda, por encargo de Sanjurjo, y del teniente coronel don Eduardo Baselga , por encargo de don Javier y mío, que prepararon separadamente y sin relacionarse. Yo los llevé a Lisboa al general Sanjurjo, al fracasar el plan de golpe de Estado del general Rodríguez del Barrio, en paso sensacional de la frontera por Fuentes de Oñoro, con Enrique Barrau.

Lo que cabe en mi profana mollera estratégica consistía, y todo mirando a los acuerdos con Italia y Portugal y a un eventual instigado alzamiento de la Caballería francesa contra el Frente Popular, en dos fuertes contingentes en Navarra y el Maestrazgo, conservando contacto con la frontera francesa y un puerto del Mediterráneo, o incomunicando a Cataluña, donde, en Barcelona, la U.M.E. nos inspiraba confianza de que se alzaría, aunque no lo hiciese el Ejército oficial. Marcha sobre Madrid. Y dos focos de guerrillas en la frontera portuguesa: uno en la Sierra de Aracena, estudiadísima y preparada por oficiales bajo la jefatura del comandante Redondo; y otro en la Sierra de Gata, que en principio aceptaba José Antonio con falangistas. En alijo de armas para este objetivo nos cogieron a dos requetés en Valverde del Fresno, que todavía estaban en la cárcel el 18 de julio.

MUERTE DE SANJURJO

-¿Hubo sabotaje en el suceso que costó la vida al general Sanjurjo?

-Don Quijote veía gigantes en los molinos, los carlistas vemos «marotos» en cualquier discrepancia enfurruñada, y lo español es ver sabotaje en todo suceso adverso. Será que se nos olvida que Dios es factor en la Historia. En el acto de conocer en San Juan de Luz la sublevación de África y recibir el aviso del general Mola de que yo me situara en Pamplona a la madrugada siguiente, (el príncipe Don Javier no la conocía todavía), se dio aviso al aviador Lacombe, piloto expertísimo, para el que teníamos contratado en Londres un avión bimotor de plena garantía. Como relata el libro «EI Requeté» de Redondo y Zavala, ese avión era el que había permitido a Lady Mollison el vuelo record Londres-El Cabo. Lacombe se encontró en Lisboa -aeródromo de Alberca- el 19, a las dos de la tarde.

Ese bimotor era distinto del que Luca de Tena y Bolín habían contratado para Franco. Juan Antonio Ansaldo, piloto competentísimo, militar laureado, monárquico entusiasta y amigo fraterna, estaba en San Juan de Luz pendiente de mí aviso para traerme a Pamplona. Yo no podía cruzar la frontera por puestos de policía. Lo hacía al amparo de curas trabucaires y contrabandistas providentes.
Tenía Ansaldo una pequeña avioneta a la que, para ampliación de su radio, le había acondicionado en un hueco, justo detrás de la cabeza del asiento -muy angosto- del observador, un depósito de cincuenta litros de esencia. Al despegar en el campo de avionetas civiles de Dax, tan pronto hubo luz del día, yo pude apreciar la poca potencia del motor porque luchó el aparato en su ascensión demasiado rápida por la escasa longitud del campo y la proximidad de unos álamos, y yo sentí como si el, aparato resbalara por la cola, hasta que pudo rectificar algo la empinada y superar las ramas débiles de los árboles, rozándolas con el tren de aterrizaje.

Rodeado por voluntarios carlistas alzados contra la República. Fal Conde (de pie, sonriente, con las manos sujetando en la espalda su gabardina, en la parta Izquierda de la foto para el lector) queda recogido en esta fotografía de la misma fecha del Alzamiento de 1936.

La consigna de Mola era que voláramos sobre Noaín, donde habría paja ardiendo para conocer la dirección del viento y, si habíamos de aterrizar, trece requetés se tirarían al suelo en hilera. Nos esperaba un piquete del Requeté con bandera. Esa fue la que se hizo poner en el balcón de la Diputación.

Ansaldo recogió de manos de Mola la contraseña «ad hoc», pero le encargué que se viniera con el general en el bimotor de Lacombe. Si éste puso dificultades para su aterrizaje en Gamonal –porque en Noain no tenía por qué-, yo no lo he comprobado. Pero el deseo de incontenible vehemencia de Juan Antonio de traerlo él y el revuelo que en Lisboa se había producido cerca del general por las noticias del alzamiento en España, hicieron que en vez de despegar de Alberca –aeródromo civil- o Santa Cruz -militar- tuvieran que hacerlo en el hipódromo de Cascaes. El «más difícil toda vía» explica el tristísimo y trascendental suceso, sin gigantes en lugar de molinos de viento.

-¿De haber vivido el general Sanjurjo, caudillo del alzamiento en sus inicios, estaría ahora en el trono de España un Rey carlista?

No es mi fuerte volver la vista atrás, escudriñar los supuestos contingentes de los actos humanos o mostrar preferencias entre unos hombres y otros. Creo en la Providencia de Dios y en el valor de las ideas y de las causas nobles.

Bien sabido es, y antes quedó implícito en algo que se consignó, que tuvimos que pactar con el general Mola. Políticos carlistas escépticos sobre nuestra capacidad de acción, desconocedores de la preparación que se llevaba y demasiado atentos a lo localista, se habían adherido a Mola sin condiciones; mejor dicho, con sólo la promesa de los Ayuntamientos. Pero nosotros sabíamos -ellos lo ignoraban de seguro-- que uno o dos generales republicanos imponían esta forma de gobierno, y cuando Mola me dio su escrito en los principios del Alzamiento, ausentes de sentido religioso. con separación de la Iglesia y del Estado, matrimonio civil, etcétera, hubo que imponer condiciones. En las discrepancias se acudió a Sanjurjo, llevando don Antonio Lizarza cartas para el ilustre desterrado, y regresó trayendo la suya a Mola, que está publicada ampliamente, y otra para mí, cuyos términos eran claros y precisos:

• Bandera bicolor.
• Gobierno de sentido apolítico de militares, asesorado por hombres eminentes.
• Revisión legislativa, especialmente en materia religiosa y social.
• Cese de las actividades de los partidos políticos para que el país se calmase.
• Estructuración del país, desechando el sistema liberal y parlamentario.
• Duración temporal del gabinete militar.

Con este programa, un general monárquico, hijo de comandante carlista -don Justo Sanjurjo-, muerto gloriosamente en la guerra de Carlos VII cerca de Estella y en Navarra enterrado, nieto y sobrino-nieto de los generales Sacanell, del cuarto militar de Carlos V, con este augusto señor exiliado y muertos allí en su pequeña corte de Trieste, donde en el cementerio de Santa Ana siguen sus restos con los de otros nobles, militares y servidores que no quisieron abandonar a los Reyes en su destierro; que había estado pronto a sublevarse como carlista -dijo en aquella cena histórica de Lisboa: «Vuelvo a ser lo que mi sangre carlista»-, ¿se hubiera afanado por poner en el trono a un Rey carlista?

Poco honor haría al glorioso general si contestara esa pregunta afirmativamente. Y poco honor haría al Rey carlista don Alfonso Carlos si le creyera capaz de dar a la nación esa sorpresa.
Don Alfonso Carlos había ordenado concurrir al Movimiento con el Ejército, sin aspiración partidista alguna: «Ante todo -dijo- debe salvarse la Religión y la Patria». Y Sanjurjo, en su autógrafo publicado, como apunte suyo íntimo, como resolución de un ánimo abnegado, consignó que se respetaría lo que conviniese a España y ella lo deseara.

Reyes de sorpresa, no. Reyes impuestos, tampoco. Reyes designados a dedo, jamás.
Del programa que se contiene en su carta, parece claro que hubiera sido posible una regencia para la reestructuración de la nación, en forma orgánica, que permitiera el sufragio verdaderamente representativo... Pero Dios escribe derecho con renglones torcidos.

La aportación de las tropas del Requeté fue fundamental para el triunfo del sector franquista contra el gobierno legítimamente[6] constituido de la República. Junto a estas líneas, el general Fidel Dávila revista en Santander a un grupo de dichas tropas.

EL DECRETO DE UNIFICACIÓN

-Don Manuel: Ramón Serrano Suñer efectuó públicamente unas declaraciones sobre la Unificación de los partidos políticos en virtud del célebre Decreto de 19 de abril de 1937. ¿Podría darme su opinión sobre ello? ¿Fue el Decreto de Unificación .desafortunada e inútil?

-Lejos de ser así, el Decreto de Unificación fue afortunadísimo y en extremo útil para el fin que paladinamente declara en su texto. Ni la más levísima lealtad del Partido Carlista justificaba la tabla rasa que se hacía de su estructura, ni servicio alguno singular de Falange fundamentaba su predominio y absorción de todos los cuadros políticos por sus mandos y autoridades.
Faltos los otros partidos políticos de razón de ser, interesaba unificar a los que hacían la guerra y tenían contenido político oportuno a las circunstancias. El mismo Serrano Suñer -«Entre Hendaya y Gibraltar»- dice que comprendía Franco la necesidad de un acto político que diese, además, situación y contenido a su jefatura, y termina: «Este acto fundacional había de ser una Unificación».

El 14 de abril, el embajador alemán en Salamanca, Von Faupel, informaba a su ministro del proyecto de Unificación política que le había anunciado Franco, y cómo él -Von Faupel- le había objetado que la jefatura política le restaría tiempo y atención para la guerra, a lo que el Generalísimo le había replicado que pondría una Junta de cuatro falangistas y dos requetés, porque la Falange sería el fundamento del partido único.

Requería, por lo mismo, la supresión de las jefaturas de los partidos que iban a unificarse. El mismo Faupel informaba del proyecto de Franco en el sentido de que, según sus manifestaciones, Hedilla, aun siendo completamente apto, no daba la talla del cargo, supuesta la valía de su antecesor, Primo de Rivera, por inteligencia y energía, porque aquél estaba rodeado de jóvenes ambiciosos que ejercían sobre él la influencia que debía haber tenido sobre ellos. Y en cuanto a los jefes de los partidos monárquicos, había sido atacado particularmente por mí, que había declarado a Mola el año último que los Requetés participarían en el Movimiento si obtenía la promesa firme de que la Monarquía sería restaurada; Mola había rechazado categóricamente.

Pese a su total colaboración con la causa derechista, Fal Conde, en el centro de la imagen, será expatriado el 8 de diciembre de 1936 con motivo de su decisión de crear una “Real Academia Militar Carlista”. Franco se valió de ello para tenerle alejado en Portugal durante más de seis meses

Yo mismo había tomado recientemente medidas con vistas a la restauración de la Monarquía que Franco consideraba contra él y su Gobierno. El había convocado a los más notables de los jefes de los Requetés, que no aprobaron mi conducta.

Seguía afirmando Faupel que el Generalísimo le había dicho que había creído necesario fusilarme «por crimen de alta traición», pero que se había abstenido por temor a que su gesto hiciera la peor impresión en los Requetés que estaban en el frente y se batían valientemente. Se limitó, pues a ordenarme que abandonara el país en 48 horas.

Este testimonio de Faupel - «Les Archives Secrètes de la Wilhelmstrasse». III. Paris, Librairie Plon»- de segunda mano, claro está, y con prisma extranjero, faltaba a la verdad en lo tocante a mis condiciones a Mola, como fueron la desaparición de los partidos, incluso los que colaborasen al alzamiento, la bandera española, con supresión de la cuestión de régimen, como don Alfonso Carlos de Borbón declaró en su Orden de concurrencia de los Requetés al Movimiento militar.
Tampoco es cierto que más recientemente hubiera yo tomado medidas con vistas a la restauración de la Monarquía, pues la causa del destierro fue haber titulado de Real la Academia de San Javier para oficiales del Requeté que, Mola primero y después Franco, habían aprobado, incluso destinando oficialmente para jefes de la misma al teniente coronel don Pedro Ortega, jefe de Estado Mayor de la defensa de Oviedo, y al comandante de Artillería, prestigioso profesor de la Academia de Segovia, don Hermenegildo Tomé.

La ruptura total entre Franco y Fal Conde le produjo como consecuencia del Decreto de Unificación de 1937, que el segundo no aceptaría por considerarlo lesivo para el carlismo. En ello. Fal sería apoyado por el propio Rey don Javier de Borbón Parma[7], con él en el grabado.

No doy crédito al general embajador alemán Faupel. Sí se lo doy a los hechos. Y hecho cierto es que esa orden de destierro se me dio el 20 de diciembre, y de esa misma fecha es el Decreto de Unificación de las milicias de Falange y Requeté.

Y hecho cierto es que a mí se me visitó en Lisboa por tres destacados falangistas, que luego supe no estaban aprobados por Hedilla, para negociar una unificación extraoficial. Muy difícil por la natural inconciliación de los idearios: totalitarios unos, y de libertades orgánicas nosotros, de jefatura autoritaria o de monarquía templada.

Y hecho cierto es que a segundas jerarquías carlistas, no precisamente jefes de Requetés sino retaguardistas, se les hicieron proposiciones que ellos creyeron y aceptaron, aunque después de ver en el Decret.o de Unificación el predominio de Falange y el programa declarado de los 26 puntos, volvieron a Franco a dolerse y quejarse, porque, eso sí, al carlismo -crédulo, quejumbroso- le han caracterizado la Lealtad y la claridad.

Y hecho doloroso es que se produjera la Unificación con tremendas tribulaciones para los valientes Requetés del frente y para los leales carlistas de la vida civil: Círculos, Prensa, Intendencia, recaudaciones, todo lo perdimos.

Las joyas procedentes de las Margaritas abnegadas, que no se resignaban a entregarlas, sirvieron para la obra, oculta, piadosa y caritativa, de la Cruzada de Oraciones que empezó aplicando 500 misas diarias, pero celebradas por sacerdotes verdaderamente menesterosos. Quedó en suspenso, pendiente de sentencia, el pleito histórico, no sólo dinástico sino de conceptos del poder y de las libertades. Y el nuevo binario, que no llegó a producir entre los dos partidos un solo conflicto, se resolvió del otro lado. Altas razones y hondas convicciones.

Una vez más, la Comunión Tradicionalista ofreció a España su silencio y su resignación.

En el Monasterio de Montserrat durante el mes de diciembre de 1951: a la derecha de don Javier de Barban Parma, Fal Conde; a su izquierda, el Abad Escarré. El grupo acompañante está compuesto por jefes del carlismo catalán.

RESCATE DE JOSE ANTONIO

-Pasemos ahora a otro tema poco divulgado, pero no por ello menos interesante. Me refiero a las negociaciones de rescate de José Antonio, en las que el historiador falangista García Venero le atribuye a usted una emotiva intervención. ¿Podría explicarme este asunto?

-Desconocía yo ese cúmulo meritísimo de gestiones y audaces empeños llevados a cabo por Hedilla, Aznar y otros, para liberar a su jefe. Yo sólo supe lo que me informó el general Queipo de Llano una mañana del 4 ó 5 de diciembre de 1936: «Dígame usted qué le parece si a Primo de Rivera se le rescata con fondos del Gobierno ».

Nada contesté. No podía comprender el general, ni yo le dejé traslucir, la hondísima huella que traía en el alma por la frustración del canje que la Junta de Navarra había preparado de cincuenta nacionalistas y rojos por Pradera, Beunza y Honorio Maura. La orden severísima de Mola de prohibir los canjes sin expresa autorización del Mando, motivó una paralización, ya en camino de la frontera los presos, que al suspenderse el cumplimiento -no señalo culpa de nadie, sino mala fortuna- nuestros queridos amigos fueron fusilados en Fuenterrabía.

Siguió el general su referencia y me dijo que le habían mandado en Salamanca dar un millón de pesetas para el rescate de José Antonio y, ya en Gibraltar el comisionado, lo habían rehusado indicando que habían dicho un millón de dólares.

Entendía el general que el Estado no debía dar esos fondos, porque eso significaría tanto como tener que entregarle el Gobierno tan pronto llegara a zona nacional. Yo no quería manifestarme, pero asentí a su afirmación de que sería mejor que los fondos salieran del partido, y sin decírselo, formé el propósito de buscar la mitad del precio que, agregaba el general, había quedado reducido a tres millones de pesetas y si Falange daba la otra mitad, se tenía asegurado el éxito. Aquella noche me visitaron Pemán, Luca de Tena y Pemartín. Me dijeron que una persona que ocultaba su nombre, pero merecedora de todo crédito, les había informado que se negociaba el rescate de José Antonio, que era favorecido por Prieto, pero previos acuerdos y compromisos que ellos no iban a creer, daban al asunto un interés o una preocupación grande.

Última fotografía que se conserva de Manuel Fal Conde en vida. Está tomada en su casa de  Sevilla y junto a él aparece su esposa. La entrevista de Josep Carles Clemente que publicamos, sería también la postrera realizada con el líder carlista.

Mientras tanto, los amigos de la Junta me habían llamado con urgencia. Yo acababa de regresar de Burgos. Al llegar reuní a la Junta, y Araúz de Robles informó de que Eugenio Montes le había dicho que había estado en París en la negociación de rescate de José Antonio, pero como quiera que andaba metida en ello la masonería y él había sido masón –dimitido por plancha de quite-, lo habían rehusado (Eugenio Montes había sido masón en Cádiz, desistido por su voluntad, lo que le honra). La intervención de Prieto en el asunto tendía a un condicionamiento programático que convendría conocer.

Me fui al general Dávila, presidente de la Junta de Burgos, y le hice el ofrecimiento del millón y medio. Pobre de voto solemne la Comunión, para ese ofrecimiento me valí del que yo tenia del conde de Rodríguez San Pedro para algún asunto o problema que a mi juicio necesitara su recurso económico. Previamente, por teléfono, le había pedido su conformidad.

Dávila estimó mucho el ofrecimiento. Franco lo alabó. Pero el glorioso líder de la bandera que se alza, en frase de Pradera, ya había sido inmolado. Quedaron en pie su bandera, su juventud y sus bríos indómitos, convertidos en un símbolo trepidante.

INTEGRISMO

-Le voy a hacer ahora una pregunta que quizá no sea cómodo para usted contestar. ¿Es cierto que fue usted integrista?

-Integrista, en el recto sentido de la auténtica integridad de ideas políticas -porque a lo religioso no voy a referirme--, fui y sigo siendo integrista-carlista; o, más claro: carlista íntegro. En el sentido que peyorativamente se tilda de integristas a quienes se quiere motejar de presuntuosos y jactanciosos de pureza política, no lo soy. Mas el nudo de la cuestión está en que integridad política no es únicamente la del ideario ortodoxo -aparte accidentales discrepancias de pensamiento- sino que, como esencia fundamental del credo carlista, nota inconfundible de su autenticidad y legitimidad histórica, está la fidelidad al principio Real a la Dinastía Legítima.

Fui, dije, integrista-carlista significando que cuando dí el primer paso en la acción política, concretamente en marzo de 1930, fue a consecuencia de la invitación de don Manuel Senante para suscribir el manifiesto integrista que se lanzaba en la ocasión sumamente crítica de la caída de la Dictadura -traspiés enorme de Alfonso XIII-, y accedí a condición de que nos uniéramos los poquísimos carlistas y los integristas que había en Sevilla, todos amigos míos y colaboradores en mis propagandas católicas y sociales.

Aceptada la condición, a los dos días nos reunimos siete personas -tres integristas, dos carlistas y dos nuevos, yo entre ellos. Al poco tiempo abrimos un centro en la calle de Cervantes, donde convocamos una asamblea de más de un centenar de representantes de las cuatro provincias en la que, planteada la cuestión dinástica, nos declaramos antidinásticos, menos dos jóvenes aristócratas que se retiraron. Todavía estaba en pie, siempre tambaleándose, la dinastía alfonsina. Se me nombró jefe regional de Andalucía Occidental, separadamente pero de acuerdo, por Olazábal, por los integristas y el marqués de Villores por don Jaime[8].

Al año de República, se realizó en España la unión oficial de los partidos. Es una página limpia para la historia política de España la carta de Olazábal al Rey, reintegrándose al tronco puro de la legitimidad monárquica la rama en hora infausta desgajada. Y fue en lo sucesivo «El Siglo« y fueron sus seguidores, ejemplos magníficos de lealtad. No hay integridad política en ninguna facción de ese carlismo mutilado y fraccionario que bulle y celebra asambleas superando las mutuas divergencias ideológicas ante el nexo común unitivo de la disidencia del Rey. Si es que lo negativo puede alguna vez ser nexo o vínculo de cosa alguna santa y noble.

LOS BORBÓN PARMA SON ESPAÑOLES

-Otro tema es el de la nacionalidad de la Familia Borbón Parma. ¿Qué opina usted sobre su reconocimiento?

-Líbreme Dios de pretender inquirir en el pensamiento de los alertados Ministros de Franco que guardan tan impenetrable silencio ante las instancias y peticiones. Es un caso de sordera política. El carlismo está cercado por el silencio. Su voz predica en el desierto. Oí decir al conde de Romanones, ya en sus últimos años: «Estoy muy sordo. Ya no oigo ni cuando quiero». Había que gritarle. A los Ministros no se les puede gritar, porque no quieren oír. Pero es justo dar por reconocido lo que sin reconocimiento es una patente realidad.

El órgano del juanismo, en un número extraordinario de hace algún tiempo, traía el árbol genealógico de la Casa de Felipe V, en la que “ABC” incluía a don Javier y a don Carlos Hugo. La Casa Española de Borbón. ¿Qué mayor incardinación a la nacionalidad? Una es la vinculación a la nacionalidad que las leyes, desde el inicio de la legislación liberal- 1812 y Constituciones del XIX-, han requerido para la condición de súbditos de Su Majestad -«en los dos hemisferios », se decía- que la que implica con lazos de genealogía regia, íntima coherencia familiar, esa inconfundible piedra angular de la Monarquía que se llama Familia Real, Casa de España.

Antes de que la revolución señoreada de España abortara toda esa legislación de concepciones republicanas de la Corona, ya la rama de Parma jamás separada de la Casa Española de Borbón, tenía adquiridos y noblemente conservados los derechos de la nacionalidad española. Ni siquiera afectada por las consecuencias de la sucesión litigiosa de Carlos IV. Sino que ha guardado la savia del tronco. Ya que la dilación ha permitido la diversidad de representantes dinásticos, se podrá opinar entre la línea continuadora de la de los tristes destinos, la tradicional y legítima de nuestras glorias, o si vale la pena estrenar Familia Real satisfaciendo el placer de lo nuevo. Pero de la nacionalidad española de don Javier no cabe duda alguna.●

Funeral por Fal Conde en la Iglesia de Santa Bárbara el 23 de mayo de 1975. En los bancos, los exministros franquistas Raimundo Fernández Cuesta y Antonio María de Oriol y Urquijo. También se hallan Zamanillo, Bárcena y otros hombres del carlismo integrista.[9]


[1] Fal Conde, nunca llegó a utilizar esta denominación, sino secretario general de la Comunión Tradicionalista como nombra Alfonso Carlos I el 2 de mayo de 1934. Así en esos años, Alfonso Carlos escribirá: Pero como la Comunión unas veces fue llamada Carlista, otra Jaimista, según su Caudillo, dispuse que el nombre oficial fuese el de Comunión Tradicionalista, como definición de los principios que hemos venido sustentando desde hace un siglo. La referencia a la Comunión como Partido Carlista es correcta, a si mismo, debe aceptarse la denominación de Comunión Tradicionalista, Comunión Tradicionalista Carlista o Comunión Católico Monárquica. Sobra decir que el término Comunión no se refiere a la Comunión Eucarística sino a la Comunión de ideas. Así don Manuel en carta a Luis García lo explicaría: esa comunidad de fidelidad a la dinastía legítima y esa consiguiente comunidad en los principios, se llamó, mejor dicho se definió con su nombre propio de comunión.

[2] Tiempo de historia. Año IV, n. 39 (1 feb. 1978),p. 13-23

[3] Historiador, interpretó el carlismo desde el socialismo huguista. Para ello, ideó la siguiente teoría: dentro del carlismo han confluido tres ramas: integristas, tradicionalistas y carlistas. Los dos primeros se habrían apoderado del carlismo sepultando su fuerza revolucionaria. De tal manera, procedió a mutilar el Tetralema pues Dios y la Patria serían elementos integristas. Verdaderamente, un revisionismo; en opinión de Martin Blinkhorn (Triunfo. Año XXXII, n. 762 (3 sep. 1977), p. 34-35): La interpretación no me parece enteramente correcta o válida, ni tampoco necesaria desde el punto de vista de la política. Si el carlismo ha sido un movimiento de derechas y ahora lo es de izquierda, lo mejor es ser totalmente veraz al tratar lo que ha pasado.
Como breve resumen de la interpretación de Clemente, consultar: Tiempo de historia. Año IV, n. 41 (1 abr. 1978), p. 118-124.

[4] Esto no es del todo cierto. El siete de octubre de 1958 se operó a Fal Conde de la laringe. Tres años después de su cese. El cese se produciría el 10 de agosto, tras entrevistarse Don Javier con Iturmendi. Tras su cesión, el 16 de agosto, Don Manuel mandaría una carta a todos los Jefes regionales y Consejeros nacionales recomendando obediencia ciega al rey y unión entre todos los carlistas. La destitución aparece narrada de forma muy dura en Franquista equivocado, anticarlista censurable: Don Laureano López Rodó de Tomás Echevarría.

[5] Resaltar la ausencia de Franco, que se uniría al Alzamiento tras comprobar su relativo éxito.

[6] Desde la teoría tradicionalista, la República sería ilegítima. Tanto de origen, como de ejercicio. Pero desde el punto de vista positivista, habría dudas: las elecciones municipales convertidas en plebiscito de la Monarquía liberal, el areópago reunido en el Pacto de San Sebastián o el intento de golpe de Estado de Galán y Hernández.

[7] Estrictamente, el Rey don Javier de Borbón. Citamos a Fernando Polo en « ¿Quién es el rey?»: En el orden sucesorio actual debe desterrarse la expresión rama de Borbón de Parma, puesto que esta rama deja de ser de Parma desde el momento en que sus príncipes pasan a ser la primera rama de la Casa Real española y de toda la Real Casa de Borbón o de Francia, aun cuando el primogénito consérvase vinculados a su persona y descendencia los derechos al Reino de Nápoles y al Ducado de Parma.

[8] El retorno de los integristas al seno de la Comunión no se produce con Alfonso Carlos, sino con Jaime III. Don Jaime aceptará esta vuelta con gran alegría. Al contrario de lo dicho por algunos historiadores, Jaime III tenía la misma predisposición que Alfonso Carlos con los integristas.

[9] Destaca la ausencia del “Partido Carlista” en los funerales del prócer, o por lo menos, así aparece en la prensa. No debe sorprender, pues al mismo Fal Conde, la revista Montejurra rechazaría sus escritos por estimar que no estaba en la línea de la nueva ortodoxia del Partido. O su disconformidad en el Quintillo del 72. Si acudió a la capilla ardiente, Don Sixto de Borbón.