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viernes, 15 de junio de 2012

Francisco de Cossío y Jaime III

Francisco de Cossío

Francisco de Cossío y Martínez-Fortún fue uno de los próceres de la cultura pucelana. Tuvo, en su haber, raíces carlistas. E importantes. Su abuelo, por parte materna, fue León Martínez-Fortún, conde de San León, título otorgado durante la segunda guerra carlista. Tras una estancia en Cuba, volvió a España donde luchó junto a Carlos VII, durante la III guerra carlista; primero, como capitán general y, después, preceptor del príncipe Don Jaime. En 1910 se casó con Mercedes Corral García-Mesanza, hija del catedrático de Medicina, León Corral, insigne carlista.
 
La firma de León Corral, suegro de Cossío, en La España Católica a Su Príncipe, Don Jaime





Don Francisco nació en Sepúlveda en 1887, pero desarrolló toda su actividad literaria en la ciudad del Pisuerga.  La rama paterna pesó más en su pensamiento convirtiéndose en concejal del Ayuntamiento de Valladolid por el partido liberal. Sin duda, algo tuvo que ver su talante y la amistad con Santiago Alba. La llegada de la Dictadura de Primo de Rivera necesitará un chivo expiatorio, y ése fue Santiago Alba que será fustigado como el corruptor de España. Con él, cayo Cossio, perdiendo su puesto en el Museo de Escultura y más tarde, debido a un artículo en El Norte de Castilla titulado “Cazadores de gorras” en el que atacaba al cuerpo de Somatenes, el destierro a las islas Chafarinas, desde donde se trasladará a París.

Y en ese París de entreguerras, Cossío conoció a Don Jaime a través de doña Elvira de Borbón, oveja negra de los hijos de Carlos VII. Decía don Francisco que su pecado fue siempre de rebeldía. Resistencia a creer lo que no vimos; a aceptar los prejuicios de casta; a someterse a las reglas inflexibles que señalaban la tradición de su casa… Gracias a su hermano y a Don Alfonso malvivía entre los bares y cafés de París y, raramente, en los casinos de Montecarlo. Tras hacer migas con esta enfant terrible, la desgraciada princesa le presentó a su hermano.

El monarca, en el exilio, tenía una gran vida social. A su casa asistían gran número de personas de la política española: Francisco Cambó y Santiago Alba e incluso Dámaso Berenguer[3], quien nada más ser depuesto como Jefe de Gobierno visitó a Don Jaime, asustado ante la situación de España. También literatos como Vicente Blasco Ibáñez o Josep Plá.  

Jaime III


La visión que transmitió nuestro insigne pucelano se plasmó en Confesiones[1]: ¿Qué era, pues, Don Jaime de Borbón, duque de Madrid, pretendiente a la Corona de España, y, por el conde de Chambord, heredero de la corona de Francia? […] Un hombre fuerte, alto, de largos mostachos, frente despejada y cabello gris, peinado hacia atrás, se adelanta y me tiende la mano con franqueza muy española. Es un hidalgo de buena planta, como tantos otros que podemos conocer en pueblos de Andalucía y de Castilla. Más, sin embargo, en su semblante se descubre una expresión que le da cierta superioridad y jerarquía. Su sonrisa abierta y cordial infunde respeto. Inquieta un poco su mirada penetrante cuando interroga, ya que a Don Jaime le gusta preguntar y escuchar, más que hablar. Después, en el trato diario que he de tener con él, averiguo que esta sonrisa no es otra cosa que comprensión. 

Esta mirada la podemos identificar con la que da Antonio de Lizarza Iribaren[2] sobre Don Jaime: a veces, se advertía al Borbón imprudente, amigo de las chirigotas superficiales de sabor volteriano, la falta de fijeza. […] pero queda claro que a su inteligencia excepcional, su valor personal casi legendario y bien probado, y a su experiencia y conocimiento de los hombres, lenguas y de la política, añadía el sentido de sus deberes como Rey carlista, su cariño y admiración enormes por sus leales. Supo, en fin, mantener la solera y su responsabilidad. Esto es evidente. Lo demás, sólo tiene el carácter de anécdota humana intrascendente.

Presentamos a continuación una carta inédita[4] de Francisco de Cossío[5], en la que felicita a Don Jaime su onomástica:

Bidart, 24 de julio 1927

A Su Alteza Don Jaime de Borbón.

Señor: Hace mucho tiempo que no sé nada de su alteza, aún conservando los grandes recuerdos de nuestros días de París, y no quiero que pase el día de Santiago sin enviarle mi felicitación más efusiva.

Las cosas de España, como verá por los periódicos, marchan cada día peor, y los que aspiramos a una España más moderna y nos vemos precisados a vivir ahora en este ambiente de dictadura, lo pasamos bastante mal. Mis persecuciones personales parece que, por el momento, han desaparecido; sin embargo, no tendría nada de particular que reaparecieran cualquier día.

Según noticias que acabo de recibir, el conflicto militar de los artilleros acaba de reproducirse en Segovia, y el gobierno ha tomado medidas de rigor, pero yo no confió en que la sensibilidad de estos reaccione con más violencia que la vez pasada. En suma, que no adelantamos nada, y que la única realidad visible es que el reinado de don Alfonso va a terminar mal.

Yo salgo mañana para Valladolid, regresando aquí a fines de agosto. Pienso que su Alteza debe estar en Austria, más le dirijo ésto a París por conducto de censor ¿Cuándo volverá a París? Lo deseo muy vivamente. Le repito, pues, mi felicitación por Santiago con mis más expresivos recuerdos y respetuosos saludos.

Francisco de Cossío

Torrecilla 5, Valladolid.



[1] DE COSSIO, Francisco: Confesiones. Mi familia, mis amigos y mi época. Madrid, Espasa-Calpe, 1959.
[2] Pág. 23 en DE LIZARZA IRIBARREN, Antonio: Memorias de la conspiración. 1936-1939. Pamplona: Gómez, 1969.
[3] Pág. 296 en DEL BURGO, Jaime: Conspiración y guerra civil. Madrid: Alfaguara, 1970.
[4] La transcripción está realizada por el autor de esta bitácora.
[5] Archivo Histórico Nacional: Archivo Carlista, 134, EXP. 4.

viernes, 1 de junio de 2012

Melchor Ferrer y el juanismo.

Panfleto carlista descubriendo las intrigas del juanismo


Al Carlismo no se le entrega, sean quienes sean, cuantos sean los que sigan en su vía al Conde de Rodezno. El Carlismo no se entrega. porque quedaría por entregar la bandera que sostiene S.A.R el Príncipe Regente. El Carlismo no se entregó en los campos de Vergara, cuando una gran cantidad de personalidades abrazaron al mamarracho de Espartero; el Carlismo no se entregó cuando en 1849 se acogieron muchas personalidades a la amnistía que les daba el espadón Narváez; el Carlismo no se entregó cuando, impulsado por el traidor Lezu, Don Juan III pedía ser reconocido por Doña Isabel como Infante de España; el Carlismo no se entregó cuando en 1879 eran invitadas las honradas masas para que acudieran a la Unión Católica, aunque muchas personalidades claudicaron; el Carlismo no se entregó cuando el cardenal Sancha nos daba sus desinteresados consejos; el Carlismo no se entregó cuando la madre de Don Juan iba a aplaudir a Vázquez de Mella, no sé si en la Zarzuela o en la Comedia; el Carlismo no se entregó cuando el Conde de Rodezno y sus correligionarios se fueron con el General Franco a la Falange, ni el Carlismo se entrega ahora aunque Rodezno y todos los que como él piensan vayan a Lisboa a reconocer a su rey. 

De Melchor Ferrer Dalmau en Observaciones de un viejo carlista a unas cartas del Conde de Rodezno.

domingo, 13 de mayo de 2012

El Príncipe Don Jaime en Valladolid.


El Príncipe Don Jaime, según una caricatura del Madrid Cómico (Nº 75, 22-VII-1911)

Don Jaime viajó mucho por España, siempre de incógnito. El sigilo con que se hacían estos viajes provocaría la denominación del príncipe fantasma o el omnipresente por los periódicos, ya que en un mismo día era visto en los puntos más lejanos de la geografía hispana. El más famoso de sus viajes tuvo lugar en 1895, siendo acompañado por Tirso de Olazábal (1842-1921). Este último escribiría Don Jaime en España, que pronto se podrá leer en la página de la Comunión. Para no ser reconocidos, ambos utilizaron nombres falsos, pero manteniendo las iniciales de sus nombres. Así quedaron como Juan de Battemberg y Tomás Ortiz. Estuvo a punto de ser reconocido muchas veces pero siempre escapaba airoso.

Al año siguiente, acompañado del Conde de Casasola se presentó ante el Zar Nicolás II en San Petersburgo, siendo nombrado Alférez en el Regimiento de Dragones de Louby nº 24. En sus años rusos, Don Jaime luchó en varios frentes: Afganistán, Manchuria, China… durante 14 años hasta la muerte de su padre, en 1909, cuando abandonó el ejército ruso para reclamar sus derechos.

En su recorrido por España, pasó unos días en Valladolid, estancia a la que hacemos referencia en esta bitácora:

Don Jaime en Valladolid, obra del artista vallisoletano Juan Toledano Vega.

En Valladolid nos hospedamos en el Hotel Continental de France, donde por cierto me conoció un sirviente, y en cuanto quitamos el polvo del camino nos echamos a la calle. Al salir del hotel nos metimos en el primer tranvía que encontramos y que nos llevó frente a la iglesia de San Pablo, cuya fachada, de gótico flamígero, es una de las cosas más notables de aquella ciudad. Visitamos después la catedral greco-romana, de últimos del siglo XVI, principiada por Herrera, concluida por Churriguera. Con uno de sus pilares se podrían hacer todos los de la incomparable catedral de León: ¡qué contraste! 
Con detenimiento vimos el Museo; pero no pudimos formarnos idea exacta de lo que contiene, porque estaban haciendo una obra importante en la parte superior del edificio, y mientras ésta se termina, tienen amontonados abajo cuadros y estatuas que no valen mucho y ocultan lo bueno que hay. El Museo, casi en su totalidad, lo constituyen los despojos de los conventos. Hay tallas muy buenas de Cano y Berruguete y del guipuzcoano Arandia: algunos cuadros (no de los mejores) de Murillo, Ribera y Goya.

Al salir del Museo seguimos a un batallón que con música, cornetas y tambores iba a hacer el ejercicio: marchaban sus soldados con ese aire marcial propio de la infantería española y que agrada en gran manera a D. Jaime. Recorrimos el magnífico y espacioso paseo del Campo Grande, que ha sufrido gran trasformación en estos últimos años, y, en donde, según la tradición, tuvo comienzo el drama que terminó con la prematura muerte de D. Fernando el emplazado.
Recorrimos la ciudad, donde tantas Cortes y autos de fe se han celebrado, y al llegar a la plaza del Ochavo, don Jaime, en cuanto le dije aquí murió don Álvaro, exclamó:
Sí; y cuan admirablemente lo cuenta el Duque de Rivas:

Mediada está la mañana;
Ya el fatal momento llega,
Y D. Álvaro de Lima
Sin turbarse oye la seña.
Recibe la Eucaristía,
Y en Dios la esperanza puesta,
Que adorna gualdrapa negra,
Y tan airoso cabalga,
Sereno baja á la calle,
Donde la escolta le espera.
Cabalga sobre su mula,
Cual para batalla o fiesta.
Arriba á la triste plaza,
Que ha pocos días le viera
Tan galán en el torneo, 
Con tal poder y opulencia.
Al pie del cadalso el reo,
De la alta mula se apea;
Fervoroso el Padre Espina 
Con él sube y no le deja.
El Condestable sereno
El pie al Crucifijo besa.
De hinojos en la almohada
Se pone, el cuello presenta;
El religioso le grita:
«Dios te abre los brazos, vuela.»
El hacha cae como un rayo,
Salta la insigne cabeza.
Se alza universal gemido.
Y tres campanadas suenan.
Que hubieran muerto, de haberlas oído, al débil D. Juan II, fallecido al poco tiempo.
Tan universal fue, y en esta ocasión tan fundado, el gemido, que la memoria del valiente caballero, enterrado de limosna, fue rehabilitada: el Rey de Castilla cumplió la penitencia que le impuso el Papa, y los restos mortales del vencedor de la Higueruela descansan, regiamente, en la Catedral Primada.
De otros dos validos, también desgraciados, conserva recuerdos Valladolid; del Duque de Lerma, y del Marqués de Siete Iglesias, aquel D. Rodrigo, el cual según el picaresco Villamediana, en robar y en morir bien se parecía al buen ladrón y cuya muerte tranquila, pero que al vulgo antojósele orgullosa, dio origen a uno de nuestros refranes.

Díjome el Príncipe que quería asistir a la representación de la zarzuela La Verbena de la Paloma, que se verificaba aquella noche en el teatro de Lope de Vega. No me atreví yo a acompañarle, por temor de que alguno me conociera, lo cual hubiera comprometido quizá el éxito de la expedición, ni me parecía bien dejarle sólo. La llegada del inglés, de quien antes he hablado, resolvió esta dificultad: don Jaime fue al teatro en su compañía.

Aprovechando el momento en que fui yo a tomar los asientos para la función, el Príncipe dejó sólo al inglés y se marchó al Casino carlista[1]. Era mala hora y sólo halló seis ú ocho socios, con quienes entabló conversación diciéndoles que él era carlista y se hallaba de paso en la ciudad: díjoles que había querido comprar El Correo Español, pero que no le había podido encontrar, y ellos le proporcionaron inmediatamente dos números. Invitados por el Príncipe, y entre grandes protestas de entusiasmo, bebieron todos a la salud del Rey. ¡Cuál será el asombro de aquellos excelentes carlistas, cuando sepan que el que en tan breves momentos supo cautivarlos y atraerlos a sí era el Augusto Hijo del que con tanto amor aclamaban! ¡Cuántos, en cambio, sentirán no haberse hallado en el Círculo ese día, 8 de Junio, y a aquella hora!


[1] Seguramente ubicado en la Plaza Mayor.

viernes, 20 de enero de 2012

La enfermedad del Príncipe de Asturias, Don Jaime. Valladolid y Nava del Rey.



Don Jaime, en compañía.
En 1902, Don Jaime, entonces Príncipe de Asturias, enfermó de difteria. Las primeras noticias sobre su enfermedad llegaron a España el 13 de enero. Pronto, se organizaron misas y actos religiosos en casi toda España, para pedir su restablecimiento. Hecho por el que Carlos VII comentó aún más que a la ciencia atribuyo su mejoría a las oraciones de mis fieles Carlistas.
 
Después de unos días de mejoría, el 18 aumentó la fiebre y se agravó su estado. Carlos VII ordenó el mismo día 18 al Conde Maillé, su representante en Francia, que gestionará la autorización del Gobierno francés para ir a verle. Conseguida ésta, los Reyes salieron de Venecia para Niza el día 19, que fue el más crítico de la enfermedad.

El 20 llegaron a Niza, encontrándole ya con menos fiebre y algo mejor. Las noticias, llegadas a Madrid el día 21, indicaban que la fiebre había desaparecido y que el estado general era satisfactorio, estando ya fuera de peligro. EL día 22 las informaciones recibidas decían que “Don Jaime ha sufrido una operación en la tráquea, realizada con toda felicidad y que seguía mejorando”. La noticia de la operación en la tráquea fue desmentida luego.

Durante su enfermedad fue visitado por su padre, Carlos VII, el obispo de Niza y el expresidente de la República del Ecuador, el señor Flores; pero estuvo acompañado continuamente por Tirso Olazábal y el Padre Puinal. Su convalecencia fue lenta, pero firme.



Por ello, se propuso la creación de un pequeño libro con las firmas de los miembros de las Juntas o de municipios. El libro fue titulado como La España Católica a Su Príncipe, Don Jaime. Entre sus páginas destacamos del entorno vallisoletano las ciudades de Nava del Rey y Valladolid: