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jueves, 31 de julio de 2014

Vinculación de la Casa de Borbón con la Compañía de Jesús

Según se acercaba el final del ciclo biológico del General Franco, la lucha entre la Dinastía legítima y la irreal se acrecentaba. En este contexto, la boda de Carlos Hugo, por aquel entonces Príncipe de Asturias, llamó mucho la atención. Por un lado, la afortunada pertenecía a una de las monarquías más boyantes de Europa, a diferencia de la princesa griega quien tuvo serias dificultades para costear su dote. Por otro lado, Irene de Lippe-Biesterfeld era protestante. Por suerte, la princesa se convirtió.

Este proceso de conversión fue objeto de críticas y no faltó incluso un jesuita (Ignacio Elizalde S. J.) que escribió un artículo en una revista de temática religiosa (Hechos y dichos) contra la Princesa Irene y la Familia Borbón Parma. Entonces, no tardó otro jesuita en contestar a tales ataques, mostrando la vinculación de los descendientes de Carlos V y la rama parmesana a la Compañía de Jesús:

En la correspondencia publicada entre Luis XV de Francia y el Duque Fernando de Parma, aparece bien claro que éste fue el único Borbón soberano que resistió a la extinción de la Compañía en el siglo XVIII. Y si lee usted la vida del Padre Pignatelli escrita por el Padre March, hallará las pruebas de que dicho soberano fue el primero que llamó a sus Estados a la Compañía, entonces refugiada en Rusia, aun antes de su restauración, que sufrió graves dificultades por ello y que depositó toda su confianza en el Santo Pignatelli, en cuyos brazos expiró. Su nuera, la Reina de Etruria, fue la única Princesa que asistió, con sus hjos, al acto de restauración de la Compañía. El biznieto de aquélla, el Duque Roberto, íntimo amigo del P. Martín, confió la educación de sus hijos a los Jesuitas, y en nuestros colegios de Feldkirch y Kalksburg se educó el Príncipe Javier, padre de D. Carlos, mientras que éste lo ha hecho en Campion Hall, Oxford, y su hermano D. Sixto en nuestro colegio de Sarlat. 
De la dinastía carlista lo mismo podríamos decir: todos sus príncipes se educaron con jesuitas y los tuvieron como directores espirituales, y, más aún, podrá ver en la Historia del P. Lesmes Frías que D. Carlos, el de la primera guerra, fue quien más favoreció la restauración de la Compañía en España bajo Fernando VII, y que mientras los jesuitas éramos expulsados de la España liberal, se nos entregaba en la España carlista el Santuario de Loyola, se nos permitía abrir allí el noviciado e incluso colegios, lo que volvió a suceder en la tercera guerra. Más cerca de nosotros está la defensa que de la Compañía hicieron Lamamié de Clairac y Beúnza, carlistas, en el Parlamento republicano, y fue el Conde de Rodezno, carlista por entonces, quien gestionó y firmó, después de 1936, la orden de readmisión de la Compañía en España. Aparte de esos 100.000 requetés combatientes que con su sangre posibilitaron nuestra placentera vida en estos últimos 25 años... Creo, pues, que un jesuita, por más alejado que esté del carlismo, debe mostrar en sus publicaciones un mínimo de respeto y gratitud, particularmente respecto de las personas que lo representan.

viernes, 15 de junio de 2012

Francisco de Cossío y Jaime III

Francisco de Cossío

Francisco de Cossío y Martínez-Fortún fue uno de los próceres de la cultura pucelana. Tuvo, en su haber, raíces carlistas. E importantes. Su abuelo, por parte materna, fue León Martínez-Fortún, conde de San León, título otorgado durante la segunda guerra carlista. Tras una estancia en Cuba, volvió a España donde luchó junto a Carlos VII, durante la III guerra carlista; primero, como capitán general y, después, preceptor del príncipe Don Jaime. En 1910 se casó con Mercedes Corral García-Mesanza, hija del catedrático de Medicina, León Corral, insigne carlista.
 
La firma de León Corral, suegro de Cossío, en La España Católica a Su Príncipe, Don Jaime





Don Francisco nació en Sepúlveda en 1887, pero desarrolló toda su actividad literaria en la ciudad del Pisuerga.  La rama paterna pesó más en su pensamiento convirtiéndose en concejal del Ayuntamiento de Valladolid por el partido liberal. Sin duda, algo tuvo que ver su talante y la amistad con Santiago Alba. La llegada de la Dictadura de Primo de Rivera necesitará un chivo expiatorio, y ése fue Santiago Alba que será fustigado como el corruptor de España. Con él, cayo Cossio, perdiendo su puesto en el Museo de Escultura y más tarde, debido a un artículo en El Norte de Castilla titulado “Cazadores de gorras” en el que atacaba al cuerpo de Somatenes, el destierro a las islas Chafarinas, desde donde se trasladará a París.

Y en ese París de entreguerras, Cossío conoció a Don Jaime a través de doña Elvira de Borbón, oveja negra de los hijos de Carlos VII. Decía don Francisco que su pecado fue siempre de rebeldía. Resistencia a creer lo que no vimos; a aceptar los prejuicios de casta; a someterse a las reglas inflexibles que señalaban la tradición de su casa… Gracias a su hermano y a Don Alfonso malvivía entre los bares y cafés de París y, raramente, en los casinos de Montecarlo. Tras hacer migas con esta enfant terrible, la desgraciada princesa le presentó a su hermano.

El monarca, en el exilio, tenía una gran vida social. A su casa asistían gran número de personas de la política española: Francisco Cambó y Santiago Alba e incluso Dámaso Berenguer[3], quien nada más ser depuesto como Jefe de Gobierno visitó a Don Jaime, asustado ante la situación de España. También literatos como Vicente Blasco Ibáñez o Josep Plá.  

Jaime III


La visión que transmitió nuestro insigne pucelano se plasmó en Confesiones[1]: ¿Qué era, pues, Don Jaime de Borbón, duque de Madrid, pretendiente a la Corona de España, y, por el conde de Chambord, heredero de la corona de Francia? […] Un hombre fuerte, alto, de largos mostachos, frente despejada y cabello gris, peinado hacia atrás, se adelanta y me tiende la mano con franqueza muy española. Es un hidalgo de buena planta, como tantos otros que podemos conocer en pueblos de Andalucía y de Castilla. Más, sin embargo, en su semblante se descubre una expresión que le da cierta superioridad y jerarquía. Su sonrisa abierta y cordial infunde respeto. Inquieta un poco su mirada penetrante cuando interroga, ya que a Don Jaime le gusta preguntar y escuchar, más que hablar. Después, en el trato diario que he de tener con él, averiguo que esta sonrisa no es otra cosa que comprensión. 

Esta mirada la podemos identificar con la que da Antonio de Lizarza Iribaren[2] sobre Don Jaime: a veces, se advertía al Borbón imprudente, amigo de las chirigotas superficiales de sabor volteriano, la falta de fijeza. […] pero queda claro que a su inteligencia excepcional, su valor personal casi legendario y bien probado, y a su experiencia y conocimiento de los hombres, lenguas y de la política, añadía el sentido de sus deberes como Rey carlista, su cariño y admiración enormes por sus leales. Supo, en fin, mantener la solera y su responsabilidad. Esto es evidente. Lo demás, sólo tiene el carácter de anécdota humana intrascendente.

Presentamos a continuación una carta inédita[4] de Francisco de Cossío[5], en la que felicita a Don Jaime su onomástica:

Bidart, 24 de julio 1927

A Su Alteza Don Jaime de Borbón.

Señor: Hace mucho tiempo que no sé nada de su alteza, aún conservando los grandes recuerdos de nuestros días de París, y no quiero que pase el día de Santiago sin enviarle mi felicitación más efusiva.

Las cosas de España, como verá por los periódicos, marchan cada día peor, y los que aspiramos a una España más moderna y nos vemos precisados a vivir ahora en este ambiente de dictadura, lo pasamos bastante mal. Mis persecuciones personales parece que, por el momento, han desaparecido; sin embargo, no tendría nada de particular que reaparecieran cualquier día.

Según noticias que acabo de recibir, el conflicto militar de los artilleros acaba de reproducirse en Segovia, y el gobierno ha tomado medidas de rigor, pero yo no confió en que la sensibilidad de estos reaccione con más violencia que la vez pasada. En suma, que no adelantamos nada, y que la única realidad visible es que el reinado de don Alfonso va a terminar mal.

Yo salgo mañana para Valladolid, regresando aquí a fines de agosto. Pienso que su Alteza debe estar en Austria, más le dirijo ésto a París por conducto de censor ¿Cuándo volverá a París? Lo deseo muy vivamente. Le repito, pues, mi felicitación por Santiago con mis más expresivos recuerdos y respetuosos saludos.

Francisco de Cossío

Torrecilla 5, Valladolid.



[1] DE COSSIO, Francisco: Confesiones. Mi familia, mis amigos y mi época. Madrid, Espasa-Calpe, 1959.
[2] Pág. 23 en DE LIZARZA IRIBARREN, Antonio: Memorias de la conspiración. 1936-1939. Pamplona: Gómez, 1969.
[3] Pág. 296 en DEL BURGO, Jaime: Conspiración y guerra civil. Madrid: Alfaguara, 1970.
[4] La transcripción está realizada por el autor de esta bitácora.
[5] Archivo Histórico Nacional: Archivo Carlista, 134, EXP. 4.

martes, 1 de mayo de 2012

Jaime III y el requeté jaimista vallisoletano.




          Eran otros tiempos. La juventud tenía sangre en las venas. Por las calles corrían panfletos que decían: “Requetés: al insulto contestad con la bofetada; a la bofetada con el palo; al palo con el tiro. ¡Viva España! ¡Viva Don Jaime!

                 Tras la escisión de Mella, las juventudes jaimistas se multiplicaron por España. Bajo la bandera legitimista, defendían al rey. Y el propio Don Jaime, rey guerrero, curtido en el campo de batalla, se inclinaba a la lucha: “El orden social tan quebrantado por la revolución peligra en sus últimos fundamentos. Y no tanto por el empuje de las turbas anárquicas sino por la cobardía de los poderes que pactan con ellas para salvar, entregándose en rehenes, la vida y el interés. En la lucha violenta que se acerca entre la civilización y la barbarie, a nadie cedo el primer puesto para pelear en la vanguardia por la sociedad y por la patria. Jamás el temor a las iras terroristas me hará retroceder un paso en el camino del deber. Soy español y en mi programa no hay sitio para el miedo”.

PD: Nuestro agradecimiento a M.H.B. que nos ha facilitado las fotografías del banderín jaimista de Valladolid.

viernes, 20 de enero de 2012

La enfermedad del Príncipe de Asturias, Don Jaime. Valladolid y Nava del Rey.



Don Jaime, en compañía.
En 1902, Don Jaime, entonces Príncipe de Asturias, enfermó de difteria. Las primeras noticias sobre su enfermedad llegaron a España el 13 de enero. Pronto, se organizaron misas y actos religiosos en casi toda España, para pedir su restablecimiento. Hecho por el que Carlos VII comentó aún más que a la ciencia atribuyo su mejoría a las oraciones de mis fieles Carlistas.
 
Después de unos días de mejoría, el 18 aumentó la fiebre y se agravó su estado. Carlos VII ordenó el mismo día 18 al Conde Maillé, su representante en Francia, que gestionará la autorización del Gobierno francés para ir a verle. Conseguida ésta, los Reyes salieron de Venecia para Niza el día 19, que fue el más crítico de la enfermedad.

El 20 llegaron a Niza, encontrándole ya con menos fiebre y algo mejor. Las noticias, llegadas a Madrid el día 21, indicaban que la fiebre había desaparecido y que el estado general era satisfactorio, estando ya fuera de peligro. EL día 22 las informaciones recibidas decían que “Don Jaime ha sufrido una operación en la tráquea, realizada con toda felicidad y que seguía mejorando”. La noticia de la operación en la tráquea fue desmentida luego.

Durante su enfermedad fue visitado por su padre, Carlos VII, el obispo de Niza y el expresidente de la República del Ecuador, el señor Flores; pero estuvo acompañado continuamente por Tirso Olazábal y el Padre Puinal. Su convalecencia fue lenta, pero firme.



Por ello, se propuso la creación de un pequeño libro con las firmas de los miembros de las Juntas o de municipios. El libro fue titulado como La España Católica a Su Príncipe, Don Jaime. Entre sus páginas destacamos del entorno vallisoletano las ciudades de Nava del Rey y Valladolid: