Víctor Manuel II |
(Entregada a
S.S. por el Conde Ponza di S. Martino)
“Beatísimo
Padre: con afecto de hijo, con fe de católico, con lealtad de rey, con espíritu
de italiano, me dirijo de nuevo, como lo he hecho ya otras veces, al corazón de
Vuestra Santidad.
Una
peligrosa tormenta amenaza a Europa. Aprovechándose de la guerra que está
asolando el centro del continente, el partido revolucionario cosmopolita cobra
bríos y audacia, y prepara, especialmente en Italia y en las provincias
gobernadas por Vuestra Santidad, sus últimos ataques a la Monarquía y al
Pontificado.
Pío IX |
Ya sé,
Beatísimo Padre, que la grandeza de vuestro ánimo estaría siempre a la altura
de los grandes acontecimientos que ocurriesen; pero siendo, como soy, católico
y rey italiano, y en calidad de tal custodio y garante, por disposición de la
Divina Providencia y por la voluntad de la nación, del destino de todos los
italianos, siento el deber de tomar, a la faz de Europa y del catolicismo, la
responsabilidad de la conservación del orden en la península y de la seguridad
de la Santa Sede.
Pues bien,
Beatísimo Padre: el estado de
los ánimos en los pueblos gobernados por Vuestra Santidad y la permanencia en
ellos de tropas extranjeras, venidas con distintos fines de diferentes países,
son un foco de agitación y de peligros que nadie desconoce. La casualidad o la
efervescencia de las pasiones pueden conducir a violencias y a una efusión de
sangre, que en mi deber y en el vuestro, Padre Santo, está el evitarlas de
todos modos.
Ya veo la
indeclinable necesidad, para seguridad de Italia y de la Santa Sede, que mis
tropas, acantonadas ya en las fronteras, se internen a fin de ocupar las
posiciones indispensables para la seguridad de Vuestra Santidad y el
mantenimiento del orden.
Vuestra
Santidad no ha de ver en esta precaución un acto hostil. Mi gobierno y mis
fuerzas se limitarán absolutamente a ejercer una acción conservadora y tutelar
de los derechos fácilmente conciliables de las poblaciones romanas con la
inviolabilidad del Sumo Pontífice y su autoridad espiritual, y con la
independencia de la Santa Sede.
El Conde Ponza di San Martino |
Si Vuestra
Santidad, como no lo dudo, y como su sagrado carácter y la benignidad de su
corazón me dan derecho a esperarlo, se halla inspirado de un deseo igual al mío
de evitar todo conflicto y el peligro de un acto de violencia, podrá tomar con
el Conde Ponza di San Martino (que entregará a Vuestra Santidad esta carta y
que tiene las instrucciones oportunas de mi Gobierno), los acuerdos que se
crean más conducentes para conseguir el objeto apetecido.
Su Santidad
me permitirá esperar, además, que en los momentos actuales, tan solemnes para
Italia como para la Iglesia y el Pontificado, aumentará la intensidad del
espíritu de benevolencia, que nunca podrá extinguirse en vuestro pecho hacia
este país, que es vuestra patria, y los sentimientos de conciliación que me he
esforzado siempre con incansable perseverancia a traducir en actos, a fin de
que satisfaciendo las aspiraciones nacionales, la cabeza del catolicismo,
rodeado del afecto de los pueblos italianos, conserve en las orillas del Tíber
una Sede gloriosa e independiente de toda soberanía humana.
Vuestra
Santidad, librando a Roma de tropas extranjeras y sacándola del continuo
peligro de ser campo de batalla de los partidos subversivos, habrá dado cima a
una maravillosa obra, restituido la paz a la Iglesia y demostrado a la Europa,
asustada de los horrores de las guerras, que pueden ganarse grandes batallas y
alcanzarse triunfos inmortales con un acto de justicia y con una sola palabra
de afecto.
Ruego a
Vuestra Beatitud que se digne dispensarme su bendición apostólica, y reitero a
Vuestra Santidad los sentimientos de mi profundo respeto.
Florencia, 8
de septiembre de 1870.
De Vuestra
Santidad muy humilde, obediente y afectuoso hijo,
Víctor
Manuel”
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