El Conde Ponza di San Martino llega a Roma con una carta infame de Víctor Manuel a S.S. en la que con la mayor hipocresía quería engañar al Papa para que dejase que sus tropas entrasen libremente en Roma. Su Santidad le recibió a mediodía y le contestó lo que debía decirle. Lo cierto es que el Sr. Ponza salió de los cuartos de Su Santidad sin colores y casi no encontraba la puerta, según me dijeron personas que le vieron.
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General Kanzler (ZP) |
Al mismo tiempo, S.S. dio orden al General Kanzler, proministro de las armas, de empezar a prepararse para la defensa de Roma. S.S. estaba firme en no ceder más que a la fuerza. Al despedirle, dijo S.S. a Ponza que, aunque no era profeta, él creía, sin embargo, que los italianos no entrarían en Roma, o a lo menos quedarían poco tiempo. A la una vino a verme en mi casa el Cap. Baumont del Estado Mayor, para decirme que S.S. no había querido ceder en nada, y que al contrario, había ordenado al General Kanzler preparar una buena defensa. El consuelo que me produjo esta noticia fue inmenso; pues siempre temía yo que llegasen a persuadir a S.S. de que no hiciese resistencia, para evitar derramamiento de sangre; y mucho más, que en la ciudad habían hecho correr estas voces.
A las cuatro y media de la tarde S.S. fue a Termini para asistir a la apertura de la fuente del Acqua Pía, que venía desde Arsoli en conductos de piedra y de hierro que acababan de concluirse entonces. El gentío fue extraordinario. Yo asistí también con otros oficiales; soldados no había, pues estaban consignados en los cuarteles. Al llegar y al marchar S.S es increíble las manifestaciones que todos le hicieron y, entonces pensamos nosotros: “Dios quiera que no sea esto como la entrada de Jesucristo en Jerusalén pocos días antes de su Pasión”. Y, desgraciadamente, casi sucedió así.
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El castillo de San Ángelo, la ciudad leonina. |
A las siete de la tarde, desde Termini fui a la pensión de los oficiales, para comer, pero tuve que marchar enseguida, pues me mandaron ir al fuerte S. Ángelo para vigilar cuarenta hombres de corvés. Al momento llegue al fuerte, y vi trabajar esos cuarenta hombres. El trabajo consistía en cargar balas de cañones, bombas y granadas en carros y enviarlos a diferentes puntos de la ciudad y a las puertas. Además hubo que vaciar muchos almacenes de pólvora, pues estaban hechos de madera y con un bombardeo podían volar. Esa pólvora la llevaron de lo alto del fuerte a almacenes más seguros. Toda la noche se trabajó: y éste era muy pesado, pues había que subir y bajar escaleras, y por faltas de instrumentos, los pobres zuavos debían llevar las balas de cañón en las manos. Sin embargo, nadie se quejaba y, al contrario, estaban alegres y decía: “Travailler, volontiers, pour le Pape”
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