Vistas desde Villa Médici |
Antes de las
tres de la mañana vino a casa Sánchez a despertarme, pues la Compañía había
recibido orden de ir inmediatamente a Villa Médici. Me desperté y levanté
enseguida y me fui a mi cuartel de San Agustín; pero ya había marchado la
Compañía y sólo quedaban de guardia allí el cabo Hofmann y tres zuavos. Fui lo
más pronto que pude a la Villa Médici, pasando por Ripetta, Corso y Plaza de
España, y todo estaba tan tranquilo como siempre. En la Villa Médici encontré a
mi Compañía. Allí estaban otras de Zuavos; es decir, la tercera del tercero y
la cuarta del primero.
Se creía que
los italianos iban a atacar al amanecer, y por eso se tomaron todas las debidas
precauciones. Yo estuve un buen rato en cuarto del Coronel, allí en la Academia
de Francia. Amaneció el día, sin que los italianos atacasen. A las nueve de la
mañana los soldados de mi Compañía tomaron la sopa, y yo también con ellos.
Todo el día se pasó muy alegremente. Estuve con varios zuavos españoles echado
sobre la paja, y desde allí escribí a mi mamá(sin que la carta pudiese marchar
en ese día, como era natural, por el sitio).
Subí varias
veces sobre una pequeña glorieta del jardín, y desde allí se veían muy bien las
tropas italianas. Se veía un campamento al lado de la Storta, pueblecito cerca
de Roma, en el camino de Viterbo. Otro campamento estaba en el camino de Civitá
Castellana. Durante el día levantaron el campamento y llegaron hasta cerca del
Monte Mario, y después marcharon a la izquierda, hacia la Villa Albani (delante
Puerta Pía).
El carlista Obispo de Daulia |
Nuestros
soldados tenían formados los pabellones delante la Villa Médici, en el mismo
jardín, y aquí nos paseamos todo el día muy alegres, con esperanzas de obtener
lo que no pudimos lograr. A las cuatro de la tarde con el permiso del Coronel
Allet, pude ir a comer a mi casa. A las cinco volví a Villa Médici. Vino
entonces la música de los zuavos y tocó
en el jardín hasta las seis y media. Allí cerca, varios zuavos y yo nos pusimos
a bailar y estuvimos muy alegres. Vinieron a verme el señor Obispo de Daulia y
el Marqués de Villadarias, y después los dos Capellanes de zuavos españoles, D.
Silvestres Rongier y D. ...; también vino allí Manuel Echarri.
Por la noche
los zuavos cantaron, y un zuavo holandés hizo allí un discurso a todos los
demás, gritando, con cuanta voz tenía, no sé qué. Por la noche vino también el
Padre Dussan, dominico, capellán de los zuavos franceses. Era muy edificante el
ver en el jardín, al anochecer, muchísimos zuavos que se confesaban de rodillas
en el suelo y con muchísima devoción.
Aquella
noche reuní a los zuavos españoles de mi Compañía les hice cantar canciones y
nos divertimos mucho; esto se concluyó con rezar el rosario. Y a las nueve de
la noche nos echamos a dormir sobre paja en un partazco o especie de cuarto
abierto, que había en el jardín. Yo me puse allí para estar al lado de mis
soldados, por si acaso ocurriese cualquier cosa. Me acosté sobre la paja,
detrás de una estatua que me preservaba un poco del aire; sobre mí tenía una
manta y un capote. Alrededor del jardín y en el mismo jardín había centinelas
que vigilaban toda la noche. Al acostarnos creímos que, seguramente, los
italianos nos atacarían el siguiente día, pues el 18 de septiembre era el
décimo aniversario de la batalla de Castel Fidardo. Dormimos perfectamente. Por
la noche llegó allí una Compañía de zuavos que estaba en el Puente Molle, en la
avanzada, y no enviaron ya ninguna otra allí, juzgándolo demasiado peligroso,
por ser tan pocos contra tantos.
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