MARTES 13 DE
SEPTIEMBRE DE 1870
Llegó un parte
telegráfico desde Viterbo, en el que se decía que el Teniente Coronel Charette
había marchado de Viterbo por la mañana y que las tropas italianas ocupaban
dicha ciudad. Por la tarde llegó un telegrama del mismo Charette, en que decía
que, marchando sobre Viterbo un gran número de italianos, había tenido que
abandonar la ciudad, pero tenía consigo todas las Compañías de Zuavos en la
provincia de Viterbo, exceptuando la de Valentano, que no había podido alcanzarle
con una marcha forzada y gracias a una niebla muy espesa que les ocultó al
enemigo; sin embargo, fueron atacados durante la retirada varias veces por
lanceros italianos.
Los zuavos que
estaban de guardia en los diferentes puestos de Viterbo habían quedado
prisioneros de los italianos; serían éstos unos 15 ó 20 zuavos. Charette envió
este parte desde Vetralla, pueblecito a unas ocho o diez millas de Viterbo
sobre el camino de Civitá Vecchia. Allí se encontraba con siete Compañías de
Zuavos, dos piezas de artillería, una ametralladora y unos cincuenta dragones a
caballo. La Compañía de Zuavos que estaba en Subiaco (la primera del primero
Cap. De Moncuit), había llegado ya a Roma por la mañana.
Por la noche
llegaron también, aunque con bastante trabajo, la quinta Compañía del primero
de Zuavos (Capitán Goutpagnon), que estaba en Tívoli, y la sexta del primero
(Cap. Joubert), que estaba en Mentana. Todo el día se estuvo trabajando para
concluir las barricadas de Roma. Un oficial de cada Compañía debía quedar en el
cuartel toda la noche y el día. Yo, como estaba de semana, tuve que quedar gran
parte del tiempo, y únicamente a las seis de la tarde me fui a comer a la
pensión de los oficiales, y (lo que nunca hubiera creído) fue esa la última vez
que estuve allí. Mucho se habló esa noche del Teniente Coronel Charette, pues
creíamos imposible ya que pudiera retirarse hasta Civitá Vecchia o que viniese
a Roma por Baccano, pues estaba rodeado de todos lados por fuerzas italianas
considerables. Luego de comer volví a mi cuartel de San Agustín.
Por la noche
los soldados estaban muy alegres, pues ya comprendían que pronto irían a
batirse. Hicieron un altarito en el cuartel, encendieron muchas luces y se
opusieron a cantar canciones a la Virgen, y, por último, el himno de Pío IX, y
dieron muchos vivas. En otro tiempo no se hubiera permitido tanto ruido, pero
en estos momentos no se podía impedir. Hasta los frailes del convento vinieron
allí y se alegraban en ver tan buenos soldados y tan animados del espíritu
católico. A las diez, hora del silencio, todos fueron a acostarse, pero
vestidos, pues ya desde algún tiempo las tropas debían dormir vestidas. La
alegría de esa noche parecía que preveía lo que iba a suceder.
ZP |
Poco después
de las diez llegó al cuartel el Teniente Derely y me dijo que se había recibido
orden para que la sexta del segundo marchase la misma noche al encuentro del
enemigo, que venía por los caminos de Viterbo y Civitá Castellana. Fue mucha
suerte y honor para mi Compañía el ser la primera elegida para marchar al
frente, y fue indescriptible el consuelo que nos produjo esta noticia a todos
nosotros. Enseguida fui al casino militar a tomar todas las órdenes de mi
Capitán Mr. Gastebois.
La hora de
marcha fue fijada para la una y media de la noche. Yo volvía al cuartel. Allí
estaba ya Mgr. Daniel, Capellán mayor de zuavos; todos querían confesarse con
él (los que hablaban francés) y apenas logré yo hacerlo también. Nuestra
Compañía parecía una Compañía de cruzados, pues llevábamos todos, cosidas sobre
nuestros chalecos, unas cruces rojas, de paño, bendecido por Su Santidad.
Después, todos los zuavos y demás soldados se las pusieron, pero hasta entonces
nadie las tenía todavía y mi Compañía fue casi la primera que se las puso.
Todos los soldados se pusieron a preparar sus cosas. A las diez y tres cuartos
marché a mi casa, número 300, del Corso, con mi asistente Sánchez, preparé
todas mis cosas y me eché sobre la cama para descansar una hora.
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