sábado, 1 de septiembre de 2012

Las Memorias de Alfonso Carlos: Prólogo del Marqués de Villores

El príncipe Alfonso Carlos

Las Memorias de Alfonso Carlos[1]

Hace setenta años, cuando la revolución, llamada por el escarnio liberal, barría tronos, echaba por tierra las más venerandas instituciones y no se detenía ante la figura augusta del Vicario de Cristo, un príncipe español, mostrándose digno descendiente de los más esforzados paladines de la fe, ofrecía su espada al santo Pontífice Pío IX e ingresaba en el valeroso Cuerpo de los Zuavos del Papa.

Los Estados Pontificios fueron invadidos, como todos los de Italia, por las tropas del Rey del Piamonte que, tras una breve lucha, entraron en la ciudad santa de Roma, quedando prisionero el Papa-Rey y terminando de hecho, su poder temporal.

Aquel Príncipe español, Alfonso de Borbón[2], joven, casi un niño, que como bizarro veterano luchará defendiendo la Puerta Pía, escribía sus impresiones íntimas, sencillamente, ingenuamente, como puedo escribirlas un joven de su edad, lleno de amor a sus santas creencias religiosas y  poseído del deber de un soldado que tiene la honra de ostentar tan ilustre apellido.

Pasaron sesenta años. El Papa y el Rey de Italia se reconciliaron[3]. Como de hechos lejanos en el tiempo, se habla de la invasión de Roma por los piamonteses. Y vive aún el heroico Príncipe español, el oficial de Zuavos que defendió el último baluarte del Pontificado.

Y el Príncipe, que nos honra leyendo El Tradicionalista, nos ofrece sus Memorias, escritas en los días trágicos de la caída de Roma. Y nos las ofrece sin rectificar una palabra, sin añadir una tilde, tal y como para sí las escribiera hace sesenta años, lo que significa para el lector el conocer las impresiones del momento a través de la psicología del joven Príncipe en los instantes de la caída del poder temporal del Papa.

No pretende El Tradicionalista, al hablar del augusto autor de estas memorias, presentarle a sus lectores, todos los cuales lo conocen de antiguo y lo estiman. Sin embargo, creemos oportuno recordar brevemente los hechos anteriores a su actuación militar en los Ejércitos Pontificios.

S.A.R. el Infante Don Alfonso de Borbón y de Austria-Este nació el 12 de septiembre de 1849, en Londres, donde a la sazón residían sus padres Don Juan de Borbón y Braganza, segundo hijo de Carlos V, y Doña Beatriz de Austria-Este, hija de Francisco IV, Duque reinante de Módena. Fueron sus padrinos su tío paterno Don Carlos VI, Conde de Montemolín, y su tía materna la Reina esposa de Enrique V de Francia.
El Londres que vio nacer a Alfonso Carlos

En Londres permaneció Don Alfonso tan sólo hasta 1850, marchando entonces sus augustos Padres con él y su hermano Don Carlos, por Viena, a Módena, donde quedaron hasta 1859.

El 15 de junio de 1857 Don Alfonso y su hermano Don Carlos fueron confirmados en Bolonia por Su Santidad el Papa Pío IX.

Residieron luego, de 1859 a 1863, en Venecia y de 1863 a 1868, en Viena, Ebenzweyer y Graz (Austria). La segunda esposa de Carlos V, la Reina Doña María Teresa de Braganza, Princesa de Beira, quería entrañablemente a los nietos de su hermana la Reina Doña María Francisca, primera mujer de su marido, a los que consideraba como propios. Cuando Don Alfonso ingresó en el Ejército Pontificio, la augusta dama, que tan hondamente sentía las ideas tradicionalistas, tuvo un gozo inmenso, por creerle digno continuador de la gloriosa tradición familiar. Así lo demuestra en la carta que, con fecha 3 de julio de 1868, escribía desde Trieste a su hijo el Infante Don Sebastián [4].

La princesa de Beira
Estoy—decía—llena de consuelo y gozo, pues mi amado nieto Alfonso, después de haber hecho un viaje al Oriente y visto todo lo que hay de interesante, fue a Jerusalén, visitó todos los Lugares Santos con la mayor devoción, y enseguida, se fue a Roma. Todo este viaje lo hizo con el inmaculado en política, como yo llamo al Duque de Módena, que lo llevó hasta Marsella y le mandó de allí a Roma con su preceptor, un Padre jesuita y Manuel Echarri, y ahora se le ha reunido el General Puente y un criado. En cuanto llegó a Roma se presentó al Padre Santo y le suplicó la gracia de admitirle entre los leales zuavos, sus defensores. Su Santidad al momento se lo concedió. ¿Qué consuelo para Beatriz, que, aún cuando su hijo se ha separado de ella, ha sido para servir al Papa-Rey...

S.S. Pío IX fue sumamente bondadoso con el Infante Don Alfonso, al que quiso entrañablemente, como en distintas ocasiones demostró. Cuando S.A. llegó a Roma y pidió ser admitido como soldado en los zuavos, hubo alguna oposición, pero accedió el Papa, y entro el joven Príncipe al servicio de S.S. el 29 de junio de 1868, cuando contaba con la edad de 18 años, durmiendo aquel día en el cuartel con los demás soldados. En el otoño siguiente fue nombrado cabo, en el invierno ascendió a sargento y en la primavera de 1869 se le confirió el cargo de alférez, que ostentaba cuando la toma de Roma por las tropas del Rey del Piamonte.

Aceptó Don Alfonso el nombramiento de Alférez como acto de obediencia a S.S. pero sintió no continuar sirviendo como simple soldado al Vicario de Cristo.

Después de la caída de Roma casó S.A. con la Infanta De Portugal, Doña María de las Nieves de Braganza, hija del Rey Don Miguel I, con la que Don Alfonso tenía relaciones desde la primavera de 1869.

Como los novios eran parientes, hubieron de solicitar del Papa la correspondiente dispensa y Pío IX les remitió para ello un magnífico escrito en latín, en el que recordaba que Don Alfonso se había batido en Roma por S.S.

Terminada la guerra civil de España, fueron Sus Altezas Don Alfonso y Doña María de las Nieves a visitar a S.S. Pío IX, que les recibió muy amablemente, y manifestó al Infante que estando en campaña quiso concederle la Gran Cruz de Pío IX, lo que por consideraciones políticas no hizo, concediéndosela con ocasión de aquella visita y en memoria de la heroica defensa de la puerta Pía.

Al morir Pío IX legó al Infante Don Alfonso un hermoso cuadro de madreperla representando la Resurrección del Señor, que le regalaron los frailes franciscanos españoles de Tierra Santa en su aniversario, y joya que actualmente conserva S.A.R. en la capilla de su castillo de Ebenzweyer.
El Papa de los zuavos, Pío IX

En un codicilo puso Pío IX, folio X del Vaticano: “Il 2 de Ottobre 1877. - In segno di paterna benevolenza  lascio a S.A.R. Don Alfonso di Borbone, giá zuavo Pontificio, una madreperla rapresentante la Resurrezione –Papa Pio IX.”

Por si lo expuesto no expresara bastante elocuentemente el fraternal cariño que Pío IX sentía por el Infante, diremos que sólo dejó legados al Rey Francisco II de Nápoles y a Don Alfonso, al que llamaba siempre “il mio zuavo”.

Consignados estos antecedentes, ponemos ante el lector las interesantes páginas de estas Memorias

Marqués de Villores.




[1] Estas Memorias aparecieron por vez primera en El Tradicionalista de Valencia. Se publicaron bajo la dirección del Marqués de Villores, siendo de su pluma la introducción.
[2] El príncipe Alfonso, tras la muerte de su sobrino Jaime III, fue proclamado rey. Tomó el nombre de Alfonso Carlos, tanto para honrar a sus predecesores (Carlos V, Carlos VI y Carlos VII) como para evitar confusiones con la monarquía liberal. Así, en una carta al Marqués de Villores, fechada el 4 de noviembre de 1931, anunciaba aceptar desde hoy y para lo sucesivo el nombre oficial de Alfonso Carlos.
[3] Los Pactos de Letrán, firmados el 11 de febrero de 1929, ponía fin a la questione romana. En ellos, se reconocía la plena soberanía e independencia del Estado del Vaticano, una indemnización a la Santa Sede y el reconocimiento de la acción de la Iglesia en la sociedad italiana. Los acuerdos siguen vigentes, a pesar de una revisión en 1984.
[4] La carta aparece íntegra en La Princesa de Beria y los hijos de Don Carlos del Conde de Rodezno.

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