DOMIGO 25 DE
SEPTIEMBRE DE 1870
A las cinco
de la mañana nos pusimos en movimiento, y a las seis y media ya estábamos
dentro del puerto de Toulon; pero hubo que dar un gran rodeo a causa de los
muchos torpedos que se hallaban delante del puerto, cosa natural en estos
tiempos de guerra. Aquí teníamos otra dificultad, y era que todos los que
venían con nosotros iban a ingresar al momento en masa en el Ejército francés,
y nosotros temíamos que si desembarcábamos con ellos nos obligarían a
seguirles. Pero la Virgen nos ayudó. Y por medio del Sr. Pascal logramos
apearnos en una pequeña lancha, en compañía del mismo. Bajamos a tierra, a la
aduana; pero como no teníamos bagajes ni ropa militar, ni nos miraron siquiera;
entonces no hicimos más que despedirnos del Sr. Pascal y de algún zuavo francés
que allí había, y tomando un coche, Tarabini, Sánchez y yo fuimos directamente
a la estación del ferrocarril, como faltaba una hora para salir el tren,
quisimos, antes de todo, dar a gracias a Dios por los favores que nos había
hecho, y tomamos un guía que nos llevó a la iglesia más cercana. Rezamos un
poco allí; pero no hubo tiempo de oír misa (aunque era domingo), porque nos
habían aconsejado que parásemos en Toulon lo menos posible, pues había la
cantonal en aquel entonces allí. Y tuvimos suerte, pues a otros soldados y
oficiales pontificios que se pasearon por la ciudad poco después, vestidos
malamente de particular, los tomaron por espías prusianos y los encerraron en
una prisión por varios días.
A las ocho y
media salimos dichosamente de Toulon por ferrocarril para Valence, donde
pensábamos pasar la noche; pero en Marsella, donde nos paramos media hora,
vimos a un hermano de un zuavo francés, que nos contó los horrores que estaban
haciéndose allí, y nos recomendó siguiéramos adelante hasta Grenoble.
Efectivamente, desde Valence, sin pararnos, seguimos hasta Grenoble, donde
tuvimos que pasar la noche, porque el tren no continuaba. A las nueve y media
de la noche llegamos los tres a Grenoble, y fuimos a descansar en una pequeña
fonda. Allí, por primera vez desde muchísimos días que no lo podíamos
conseguir, logramos desnudarnos y dormir en buenas camas, que nos parecieron
deliciosas, y dormimos magníficamente.
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